Miré de reojo a Narayanath y prendí un cigarro, nada más para picarle el orgullo. Él, sencillamente, hizo una leve mueca… me lo quitó y lo pisó con su zapato. Se le hacían tres arrugas en la frente, justo como a mi, y gozaba de unas entradas espectaculares, justo como las tendré yo. Las cejas se le notaban un poco malignas, como si escondiese algo en ellas… pero no, una vez que conoces a un hombre como él, y como yo, sabes que no tenemos nada que esconder. Ese es nuestro peor defecto, y tal vez, nuestra virtud. Somos tan evidentes, tan sencillos de comprender, que es increíble y por lo tanto… redundantemente increíble. Los amigos, las mujeres, las amantes y los rivales, siempre nos han buscado y de lo sencillo que es, no lo creen e insisten, y así seguirán socavando, seguirán hurgando…

–Las ventanas –empecé yo–, son algo que me gustan. ¿Ya te lo había dicho?

…Hasta el final de los tiempos.

–No, ¿por qué? –preguntó Narayanath, sacó algo de grano y se lo dio a las palomas que paseaban en el Zócalo. El centro es donde ha vivido y el centro, es donde me enteraré que ha muerto–. ¿Te gusta su estructura, su diseño, los marcos, el tipo de vidrio?

–Nada de eso –sonreí–, lo que me gusta es mirar a través de ellas, desde afuera. Es como Alicia mirando a través del espejo para encontrarse con otro mundo.

–¿Qué Alicia? ¿Mi hija?

–No, ella es Esther.

–Siempre quiso llamarse Alicia.

–Lo sé.

Hice una pausa y después, traté de explicarme–: Me gustan las ventanas, es voyerismo simple. Me gusta buscar al que vive del otro lado, de qué color son las cubiertas de sus libros, que muebles utiliza, el estilo de su ventilador, la luz que le ilumina (si es amarilla o azul) y si el dueño se asoma, me gusta observar como se asoma. Comprobar si es como yo me lo imaginaba y de eso, mi mente trabaja y hace la historia de su vida. ¿Qué clase de hombre tendría puros libros de tapa roja, tapa dura… y en medio de todos ellos, uno de tapa blanca? ¿Qué es lo que me está intentando decir y proyectar? Es un ejemplo sencillo.

–Mitificar.

–¿Ummmm?

–¿Todavía tienes tu página esa?

–Si.

–Que bueno, algún día me la enseñarás.

–¿Por qué dijiste mitificar?

–Porque le das demasiada importancia a una ventana, la que sea, y a partir de algo común creas toda una historia ficticia. Les tienes demasiado respeto, si tan sólo sirven para ventilar –dijo Narayanath, sonrió de lado. La sonrisa de “Me creo muy listo”. Esa la utilizo para que me odien.

Me detuve, prendí un cigarrillo y cuando noté que él no me lo quitó, me preparé para escuchar el discurso explicativo.

–En tu internet, ¿cuántos lectores tienes?

–Pocos, realmente. Yo calculo que como unos quince, no más de veinte. A veces tengo buenas rachas y llega gente nueva para quedarse, mientras que los viejos se van. Se aburren de como escribo. De repente me sorprendo, cuando dejan un comentario de nuevo. Como que algo les impulsó a regresar, aunque fuera un sólo día.

–Me sorprende que tengas tantos –dijo Narayanath y sonrió–, siendo como eres. Aparte, un escuincle en desarrollo… a nadie le gusta escuchar los problemas de siempre, de un jovencito que apenas se define.

–Que te puedo decir, todo te lo debo a ti.

–Bah, te quedan como cuarenta años y esos te los deberás a ti solito. Lo que te quise decir con mitificar es que, lo que escribes ahí se vuelve tan idealizado como tu ventana.

Ok, silencio… atención, está diciendo algo coherente.

–Si eres así como te expresas de la ventana, estás tomando hechos comunes y corrientes, personas comunes y corrientes, y a partir de tu visión los conviertes en algo que no son. O los amplificas o los simplificas o los sintetizas o como quieras –dijo Narayanath–, por ejemplo yo. ¿Has hablado de mi?

No le voy a decir que él fue la figura física y demás de Simón Dor, no se lo merece–. Un poco.

–¿Y qué has dicho?

–No muchas cosas…

Narayanath alzó la ceja. Yo miré a otro lado, divertido.

–Bien… toma de ejemplo a quien quieras, que seguro con todos haces lo mismo. Y más, contigo –se olvidó de las palomas, se guardó la bolsa de grano y me observó. Yo tiré mi cigarrillo consumido–. Lo que escribes de ti, no eres tú. Es la visión torcida de ti mismo, es la creación de tu personaje. De igual manera, todos los que aparecemos ahí, somos personajes. Y si lo haces de la manera adecuada, la gente que te lea, que realmente crea en ti, tenderá a mitificar a los personajes escritos. ¿Qué pasará cuando les conozcan en persona? ¿Será su visión, la misma visión que describiste? ¿Tienes el poder de torcer las cosas, de tal manera, que ellos miren lo mismo que tú? Y más importante, ¿lo que miras tú, es como debieran mirarlo ellos? ¿Y qué pasa, cuándo les mientes un poquito? Por ejemplo, si te dedicaras a redactar este diálogo entre tu y yo, ¿tomarán a bien o a mal, que hayas puesto mi voz tal como es? ¿Y si no lo es? ¿Y si resulta que, el mito que creaste es tan fuerte en su mente, que ellos escucharán mi voz así, cuándo no lo es? ¿Tienes ese poder de sugestión?

Me quedé pensativo un momento.

–¿Importa?

–¡Claro que importa! –se rió Narayanath–. Cuando era caricaturista del Universal… yo tenía ese poder en mis manos. Deformar. ¿Comprendes? Deformar a la gente, para que los miraran igual que yo. Si dibujé a Lopez Portillo, lo hice de tal manera que más de uno se habrá reído y habrá dicho: “¡Así tiene la frente el perro que defiende el peso!”. Había creado un mito, a partir de algo tan común, tan simple, como es la frente ancha de alguien que se está quedando calvo. Les impuse mi visión. Tal vez a uno o dos, o a mil. Esa es una responsabilidad, ya de por si. Imponer tu visión y que otros la acepten como realidad, peor… que inconscientemente la transformen en su realidad y no puedan verlo de otra manera. Ese es el don del creador, el don del artista.

–Y así… das de comer a las palomas en el centro –le dije.

–Tus diez o quince lectores, si escribes esto, habrán de buscarme. Alguna vez pasearán por el centro de la Ciudad de México y buscarán a un anciano, moreno, de cabellos largos y canos… igualito a ti, dando de comer a las palomas. Con la mirada estarán atentos, a ver si me ven.

–¿Y si no les eres tan importante?

–Escogerán a otro de tus tantos “personajes” o de tus “realidades deformadas”. Escogerán que ventana mirar. Puede ser que ni siquiera sean las ventanas de tu casa, hay muchos otros que también deforman las suyas. Y no te sorprendas, si algún día te deforman a ti y descubres algo nuevo de ti mismo. De lo más bonito a lo más espantoso. Incluso, algún caricaturista que te lea y muestre esos pelos sucios que te cargas.

Asentí. Estará viejo, pero sabe.