Kayla no sabe que el mundo es un desierto y se la pasa corriendo en los escombros, por ahí y por allá. Kayla no sabe que el mundo me ha hecho daño y que me ha convertido en un hombre muy grande que está destinado a seguir creciendo, hasta que los órganos le revienten. Kayla no sabe leer y me permite que lea los cuentos de los hermanos Grimm, que llevo en una de las bolsas de mi gabardina. Kayla me dice que así es el otro mundo y me arranca una sonrisa. Mi rostro tan estirado ya, que me da miedo que se rompa cada vez que me hace sonreír y ella se ríe y se burla de mi, entonces a Kayla le nacen alas de un Fénix y me dice–: Un viejo como yo las tuvo hace mucho tiempo, pero no supo que hacer con ellas.

A Kayla no le importa y se ríe de las nubes oscuras en el cielo. Ella dice que incluso, allá detrás de todos esos grises feos, hay conejos corriendo tras los ciervos, y los ciervos persiguen cuervos de pelajes azules y brillantes, que a su vez persiguen un árbol que camina y corre de contento. Me he reído mucho de la imaginación de Kayla –Los árboles no corren. Y ella se ha reído de mi. –En Fafjel, corren todo el tiempo. El Árbol que se está quieto, es un árbol marchito. Asiento lentamente, que triste era la vida antes de Kayla. Y también es triste con ella, cuando son las noches que se queda callada y quieta como una estatua. Y unas lágrimas se asoman de su rostro y es el único brillo que existe en Kayla, cuando esas noches oscuras y feas y terribles.

Kayla me ha dicho que vamos a morir de cualquier manera, cuando está muy pensativa. –Tu corazón está creciendo, tu corazón te va a matar. Me ha dicho Kayla y echa a llorar como si estuviera lloviendo y yo antes hubiera llorado como ella. Pero ya no es así, le acaricio la cabeza y le digo–: Mi corazón está creciendo gracias a ti, porque antes de conocerte era así de pequeñito. Entonces Kayla se está medio tranquila, medio dudosa y se va a correr de nuevo, porque para ella no hay escombros, sino un jardín lleno de flores y mariposas, brisas y cerezos, conejos que persiguen árboles que uno se pregunta de dónde demonios crecieron raíces para echar a correr.