Kayla era mi compañera de la escuela, me gustaba mirarla cuando esperaba a que mami viniera por mi. Kayla siempre me pareció muy solita. No hablaba con otras niñas, ni con otros niños. Nadie se le acercaba y los niños que querían molestarla se arrepentían, porque decían que ella era más fuerte y más grande. Ella era el enemigo. Eso me gustaba de ella, eso y su pelo grande y casi amarillo, sus ojos verdes como el aceite que usa mi mami para su ensalada. La primera vez que escuché su nombre me dio risa, Kayla… Kayla, como una canción para mi era Kayla.
Antes de morirme, fue el día que conocí a Kayla. Dos señores querían robarme, mi mamá ya me había advertido de los robachicos y por eso corrí tan rápido como pude y grité el nombre de la policía. Y le mordí la mano a uno de esos señores, que con un golpe escuché como me rompió algo. Me hice un angelito. Y entonces descubrí la verdad de Kayla, porque con mis ojos de angelito miré sus alas negras como de ángel malvado. Kayla escuchó mis gritos, Kayla se alzó la blusa y descubrió un cuchillo muy grande que estaba guardando, Kayla corrió hacia los señores tan rápido como los chitas de la tele y Kayla les cortó los pies y las manos, y los ojos de Kayla se hacían rojos rojos y gritaba bien enojada.
Tenían razón los niños… ella era más fuerte y más grande.