Veamos… duermes en una habitación que es como de unos dos metros por cuatro. Mejor aún, compartes ese dormitorio con un compañero de aventuras venezolano que está iniciando una nueva vida en México. Con un compañero de cuarto, uno se vuelve compadre, ¿sabes? La otra es matarlo, destazarlo, o chingarlo hasta que se vaya… pero nah, en nuestro caso es que hicimos click en algún momento y ya somos como familia: O sea, nos chingamos poquito, pero nos damos nuestro abrazo y platicamos de fútbol y viejas después.

Sano, ¿verdad?

Cuando estas en esas condiciones y eres un chamaco, te da gusto ver que el otro está avanzando. En eso te das cuenta cuando se empieza a adaptar al lugar y lo acomoda a sus necesidades. Por eso me dio gusto cuando escuché que iría por una cama que compró.

Yo aún duermo en un colchón y con eso tengo, sin embargo, Johnny (Venezuela, nice to meet you) andaba peor, dormía en un catre armable y pues eso, eventualmente, jode la espalda hasta del faquir más viejo. Aparte de que ya no habrían los escándalos nocturnos cuando se movía de un lado a otro o bien, la pierna derecha que se movía sola, moviendo así todos los tubitos del mendigo catre… Pues me dio gusto. Una cama. Por fin.

So… fuimos por ella en el coche y mientras escuchaba que sería una cama matrimonial, me encogí de hombros. Sonaba bien. Envidia de la buena (y de la maldita también). Llegamos a casa de Josefa, subimos a la casa de la mamá y entonces lo vi–: No era una cama, era un monstruo. Lo más interesante de todo ello era la base.

Yo.
Johnny.

–No va a caber.
–Ya lo medí, si cabe.
–No va a caber.
–Ya lo medí, si cabe.
–Ok. (No va a caber).
–… (Ya lo medí, si cabe).

Después de que hicimos dimes y diretes para amarrarlo todo arriba de la Changoleona (Golf ’93, azul oscuro, sería mi coche en algún momento pero no, se convirtió en el coche de la oficina), llegamos a Carrillo Casting. Más dimes y diretes para subirlo todo por las escaleras. Ya no llegamos a subir (la base) más allá, porque la puerta y las escaleritas que llevan a nuestro cuarto son demasiado angostas. Sin embargo, el colchón fue pan comido.

So…

Ya tiene su colchón matrimonial. Medio lo visualicé y si, efectivamente, no quitaba tanto espacio. Suspiré de alivio, alcé una ceja y le miré, intensamente, más allá del cerebro.

–Bien, si cabe… pero es una pinche camota para el huevito en el que vivimos. (Y lo sigo pensando).
–Gracias wey.

Una cama matrimonial.

Tal vez busca que durmamos juntos.

(Escalofríos continuos).