Bob, yo y nuestras vacaciones místicas en el monasterio (Tibet) de los cabezas rapadas (favor de no confundir {con neo-nazis}) han resultado un éxito, al menos para el monín puóso (púas {Bob})… so, no esta tan mal, a excepción de que el calor casi me provoca una insolación que hace que me salten los ojos de las cuencas (los hollywoodenses que pintan al Tibet con nieve, mienten… o mi imaginación miente, sepa… vale un rábano y un pepino). Sin embargo, lo que sea para tener a Bob de buen humor (había estado muy callado estos días, figúrense que si no hablaba, pues sin vacaciones, peor).
Lo mejor de este lugar, deben ser el par de piernas que tengo a mi izquierda y me permiten (yen, zen, ven, bien) que las acaricie de vez en cuando. Una hermosa mesera que me trae una coca cola bien fría con hielos y si ando de humor metrosexual, puede que hasta me traiga un par de margaritas con un descuento descomunal (para estudiantes en temporada vacacional {y viejitos con credencial del INSEN [y niños menores de 3 años]}). Ahora que la mesera se ha ido, podría permitirme el lujo de contar todas mis fantasías eróticas respecto a ella… aprovechando, igual, que Duducita está en Ciudad del Carmen y cuando lea esto, será demasiado tarde.
Me la he pasado muy rico, no puedo negarlo. Debo agradecer a la anfitriona, a su dulce consorte y a la mesera. Bob y yo, estamos demasiado felices como para expresarlo en palabras mortales. Y aquí estoy, sentado bajo una palapa, en una sillita hecha de paja, con el sombrero que compré en Guadalajara… aquí estoy, mirando el mar, leyendo las cosas que no he leído, luchando con una laptop que me pone los acentos al revés y Bob se mece con la brisa maritima en una playa que se llama Tibet, donde unos monjes cabezas rapadas cantan a lo gregoriano y sin espacio para responder preguntas. ¿Qué más puedo decirles? No lo sé, desde hacía rato que tenía ganas de escribir algo, lo que fuera, pero el dios místico no me lo había permitido (eso si es un mamón rebuscado, gracias).
Bob y yo saldremos a conquistar nenas esta noche. Cambió de look, quesque se cortó unas cuantas espinas para que las damas se quejen menos… y es que bue, si, la vida de un cacto es dura, ¿qué puedo decirles yo? Creo que le conseguiré una hermosa cactúa para que ya no camine en esta vida tan sólo. Roberto y Patricia. Bob y Pata. La pareja de cactos invencible, yajú. Ajem… igual y salgo con la mesera… igual y con la señorita de la limpieza, porque hey… si vieran lo que yo veo… el vestidazo y el cabello largo que se carga… las piernotas maravillosas que tienen estas mujeres… no se que hago escribiendo aquí.
Baygón verde, es hora de alimentar al monstruo que todos llevamos dentro… Súbete a mi hombro cual vil loro, Bob.