Cuando pienso en la literatura, se me ocurre que es lo más triste que puede haber. No sé explicar por qué. Es cierto que también reímos, reflexionamos, crecemos, soñamos y tanto más con lo que leemos. Pero a mí, cuando me mencionan un libro, o tal vez poesía, cuando me platican de algo que leyeron, me da nostalgia por aquel tiempo de libros que platican. Se le ve en los ojos al interlocutor, en como mueve animado o animada las manos, en como relata la historia a su manera y me da nostalgia por él (o por ella) y por mí. No sé por qué, no lo puedo explicar, no puedo decirle que ese libro que ha leído, en el momento que lo leyó, era el indicado… que podría releerlo pero que no le provocaría lo mismo.

La literatura es como cuando lees Rayuela por primera vez. Yo recuerdo que cuando lo terminé, me encerré en algún lugar a llorar por Oliveira. Si él nunca se animó, bien podía hacerlo yo. El efecto fue tal, que en ese momento yo sentía que era Oliveira y que estaba tan encerrado, tan abandonado, tan sordo como él. Y después, habré leído Rayuela una segunda y una tercera vez, y descubrí que se había convertido en un viejo contando una historia tan añeja como él. Una historia agradable y reconfortante, una historia que no se olvida. Pero no me provocó el mismo efecto que la primera vez que lo leí y aunque recordé la historia, y anoté en su portada la página de diversos pasajes que me gustaron… extrañé aquel momento en que lloré por Horacio. Lo único que se le ocurre, a mi mente supersticiosa, es que leí Rayuela en un momento destinado, en un momento cumbre. ¿Quién sabe? ¿Importa?

Sei Shônagon debería saber cuan triste es la literatura.

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Cucaracha… y además de la cucaracha, estoy teniendo un dejá vù en este instante, algo que ver con Star Wars, pero bleh… después de esa oración sin sentido, vámonos a lo que sigue.

Ayer, Bob fue atacado por una cucaracha en su casa. Como el pobre monín puoso no quiere decir nada para disfrutar bien el calor… no me avisó que tenía una de esos extraterrestres invadiendo su propiedad privada. E hizo bien, porque cuando la descubrí, lo único que pude hacer fue respirar profundamente, abandonar el cuarto y pedirle al hombre de la casa que la matara.

Como me dan miedo esas chingaderas… de veras.

Ya van dos encuentros con dos de esas madresotas… entre el calor, entre que hay coladeras por aquí cerca y el jardincito en medio de la casa…

Pinches cucarachas.