Alguna vez me comentaron que hacía parecer mi trabajo como algo aburrido y tedioso. A veces lo es. Hay otras que es muy divertido… supongo que tendría que contarles aquella vieja historia.

Erase una vez, en una filmación de un comercial para Papalote, Museo del Niño.

Ya hace como cinco años de eso, yo era todólogo en ese entonces, no existía un área específica para edición de casting. Por eso me mandaron a mi primera filmación… ya conocía el museo, mi primera visita al famoso Papalocatzin, fue a los once o doce años. Por cuestión de genes y de gordura, era un cabrón demasiado grande (pero con alma de escuincle, lo juro). Varias veces, los chavos que atendían ahí me dijeron–: Oye niñote, no toques eso. Oye niñote, bájate de eso que es para niñitos. Mi experiencia no fue tan gratificante como lo hubiera sido a los siete u ocho.

Aún así, me acuerdo que me había fascinado el Papalote y cuando tocó la filmación ahí, no estaba menos que encantado.

El rollo de la filmación empezó desde las cinco de la tarde y acabó a las cuatro de la mañana. A las cinco, la primera viñeta fue la que proyectó a Sebastián Dopazo a la fama… al modelo le tocó poner su manota en la esfera con rayitos alrededor (olvidé el nombre de esa chingadera, ¿alguien se acuerda?) y se le erizó el pelo (así, puntiagudote, como las espinas de Bob). La productora aprovechó para tomarle una foto y lo pusieron en todas las paradas de autobuses habidas y por haber en la Ciudad de México y es que como no, se veía muy chingón. Igual y algunos todavía recuerdan ese póster amarillo.

Ahí me tocó mi primer y único papel como extra (por el cual no cobré [por pendejo]). El señor Bobby (le caga que le digan señor) me miró dos segundos, se fijó de que llevara colores neutros, nada estampado, asintió y me dijo–: A ver wey, tú párate ahí, a un lado de todos esos weyes, y ríete. –Si señor Bobby –le respondí… y me miró feo. A mi me habían dado órdenes específicas de decirle señor a todo mundo y prefería esa mirada asesina, a arriesgarme a no decirle señor a la persona indicada. Total que acabé a un lado de algunos guías del museo (chavas en su mayoría) y como no me salía una risa natural (un pinche jajaja más falso que el pelo de una rana), decidí hacer risa al estilo de bruja perversa. Si no me reí, al menos se rieron los demás.

A partir de ese momento, una de las guías no me soltó y me estuvo siguiendo a todas partes para preguntarme acerca del medio. Que si creía yo que podía hacer comerciales, que si podía meterla en una telenovela, etcétera, etcétera. Respondí sus preguntas cautelosamente… porque yo era nuevo en el medio, y aunque se lo confesé un par de veces, a ella pareció no importarle. De haber tenido un poco de más labia y siendo un poquito deshonesto… hubiera podido hacerle muchas cositas… si… una guía del Papalote (todo un pecado, ¿imagínense? guía niños de cinco y seís años, y a veces niños de dieciocho como yo en ese entonces) … yum yum, que rico. No estaba fea, tenía ojos grandes, grandes… pero yo estaba chamaco y no pensaba tanto en mi propio beneficio.

Ahora que recuerdo, en esa filmación se presentó una de las primeras chavas que me gustó en esto. Paola Campos, que hacía de chavita que hablaba y mostraba el museo como en un paseo. Una chavita guapísima. Recientemente regresó para hacer un casting, yo creí que ya no se dedicaba a esto, pero así es el medio. Las filmaciones se extendieron… y en lo que se cerraba una parte del museo y se movía a la gente para poder filmar ahí y viceversa, el tiempo se fue lentamente y las viñetas se extendieron más de lo que esperábamos. Paola ya había decidido dormirse (su viñeta estaba lejos de empezar) y Sebastián, afortunado, había hecho su viñeta rápidamente y se fue rapidísimo. Y yo, bueno, yo seguía fumando, vigilando al talento, de vez en cuando platicaba con el asistente de dirección (Héctor Cruz, quien dijo la famosa frase que recordaría muchos años después–: ¿Pero querías trabajar en comerciales, no? ¡Ahora te chingas!).

Héctor andaba en chinga… me acuerdo que, cuando se escapó tres minutos, me pidió mi cigarro (recién prendido) y se lo fumó en menos de un minuto. Parecía aspiradora, yo esperaba que me lo regresara. Che gorrón. Creo que más tarde me compensó con dos cigarros, pero no recuerdo.

Por ahí de las dos o tres de la mañana, sólo quedaban unos cuantos guías del Papalote (entre ellas, la preguntona), los de limpieza y todo el crew de la filmación. Los de limpieza, en medio de un shot con sonido directo, se pusieron a contar chistes… y pues, no quedó más que callarlos. El señor Bobby me miró con cara de–: Vé y diles algo y eso fue lo que hice. Me acerqué y les pedí que guardaran silencio. Entre avergonzados y ahuevados, salieron por (valga la redundancia) una de las salidas de emergencia y se hizo el santo silencio. Orgulloso, me acerqué de nuevo y esperé a que terminaran la toma… en ese momento iban por la cuarta o la quinta. Me acerqué a una maquinita apagada y aparentemente inofensiva que decía–: ¡Aprieta aquí para que sepas como cuidar la naturaleza!

Cometí el error de apretar el botón. Eran las cuatro de la mañana y ya me había aburrido de la repetición de tomas, además, yo creí que todo estaba apagado… pero no, graso error. De repente la pinche máquina protectora de la ecología adquirió vida propia, empezó a sacar dos esferas que ponían luces psicodélicas y la voz de una niña, el equivalente mexicano de la chavita del aro, gritó como doscientos consejos para cuidar la naturaleza. Evidentemente, pararon la toma y medio crew se acercó a la máquina, embelezados por su ruido (si, como no). Como buen mexicano escurridizo, yo ya no estaba en la escena del crimen y aparecí casualmente para hacerle de espectador que mira a todos lados, buscando al culpable.

Y nos tuvimos que esperar, hasta que la pinche máquina se callara.