–Viven sus vidas mundanas, hacen el trabajo rutinario, son felices cuando viene su día de paga y después, vuelven a sufrir cuando este va terminando. Pagan sus días de paga. Se reunen con su familia, con los amigos que hace años no veían, encuentran en cada esquina una señal y luego, se meten a sus casas a escuchar a Shakira o a Sabina. En cada camino, hombres y mujeres encuentran a la Maga. Miran el cielo, en algunas partes libres, en otras tan encerrado y no se dan cuenta que se estan asfixiando, excepto yo… excepto yo que los observa, que los mira con la soga al cuello y les mira sonreír mientras se acentúan las marcas del mecate.

–Kayla… siempre serás así, Kayla.

–Sus vidas mundanas… quisiera sonreír como ellos, quisiera estar con ellos y puedo lograrlo, tres días, y en tres días resucito como Cristo y les miro de nuevo asustada, aterrorizada por completo. Me froto el cuello, me froto los hombros y me palpo los miembros. Las muñecas y los tobillos, sobre todo las muñecas y los tobillos. Me toco con ganas, para saber que siento, para saber que continúo con vida.

–Yo…

–Calla… déjalos hablar, a ellos dos.

–Y a veces mi sexo no es suficiente. Dura tan poco el tiempo en que puedo mirar el cielo… y la humedad permanece tan sólo unos minutos, y la rigidez de mis piernas, y el sudor en mis poros. Dura tan poco tiempo ese nexo de unión que tengo con todos los seres humanos, mi orgasmo, mis ojos. Las ventanas, mis dientes arrancándose el esmalte porque duele, duele el desgarre en el vientre. Es delicioso el aire contra el sudor, son dos opuestos… es hermoso y delicioso, pero dura tan poco tiempo… mi vida mundana regresa, su vida mundana regresa primero. La misma vida.

–Esa es mi línea, Bob… y él ni siquiera le esta respondiendo.

–Cállate, déjalos hablar. Él sólo escucha, déjalo hacer, Tsef Thaed.

–Soy un abismo, sin fondo –río Kayla, tiernamente, recargó su rostro contra su rodilla y sonrió–. Ven, soy tu abismo sin fondo. Ven…

–Entonces le miré y sonreía, ayer, mientras hicimos el amor en la mañana… le miré y sonreía, cuando me venía adentro de ella. Abrí los ojos y le miré de reojo, le miré la toalla en la cabeza, le miré el cuello marcado y estaba sonriendo. Una sonrisa breve, lo que dura un parpadeo… pero esa sonrisa, es una foto que no se quema, que no se tira, que no se hace vieja y jamás se consume. Tus vidas mundanas y el orgasmo que las borra, ese es el abismo, mi querida perpetradora y víctima. No existo porque no me miras –Kayla sonríes, tan tiernamente y yo aquí, mirando el abismo–. La mujer del multiverso, la mujer que es un Aleph por sí mismo, una ficción adorable, mi querida Kayla.

–Los cuervos…

–Me buscan a mí –asintió Bob nervioso, no me calló–. Han estado esperándome afuera, a que salga de… paseo, pero bleh… no saldré a pasear. ¿Cómo te deshiciste de ellos?

–Soy difícil de querer. No soy fácil. No busco que me quieran. Mi sangre es pesada y mi espíritu también. Y ella sonreía, y ella estaba húmeda como Kayla cuando se toca el sexo. Y yo, como todo hombre mundano, recargaba mi boca en su hombro y no podía sostener más mi peso. Atlas vencido, subyugado. Nos enorgullecemos de nuestras vidas mundanas Kayla, porque pensamos en ella como la guerra, como la metáfora del infierno, como el valle de lágrimas. Nos enorgullecemos de nuestra resistencia, de nuestra adaptabilidad, mi diosa, no porque queramos matarte, no porque nos gusten las marcas en el cuello…

–Mientes.

–No porque, con trabajo honesto y rudimentario, con trabajo vulgar, estemos cumpliendo el…

–Mientes tanto, tanto.

–…destino manifesto. Nos enorgullecemos porque así estamos tan ciegos como tú, cuando explotas, cuando tus dientes rompen su propio esmalte y se te escapa la risa de satisfacción y gozo. Del propio amor y odio que te tienes cada noche. No te asustes, bienvenida a la humanidad Jeannie.

–Kayla.

–Nuestras vidas mundanas son la ceguera que necesitamos para la cordura, para descubrir que no todos seremos el astronauta o el trotamundos que conocerá tantos países, tanta gente y tanta cultura. No seremos el viejo que enseñe al nieto, que no es de su sangre. No seremos el idiota cuyas frases simples adornen su característica humildad y simpleza, esa que nos hace rabiar tanto a seres como nosotros, difíciles de querer. Ella estaba sonriendo cuando llegué al orgasmo, sus ojos perdidos, su cuello marcado, no sólo llegué al cielo, recibí el perdón de Dios y de todos mis pecados. Cristo resucitado, mi querida Maria Magdalena.

–Kayla.

Me encogí de hombros.

–Vidas mundanas…

–Te los relegué a ti.

–Que huevos.