Tuve una pesadilla. Una pesadilla tan real, porque se trataba de mi pasado. Antes de ser un cacto, fui un hombre.

Y recuerdo a la rubia, de ojos claros y cabello largo, de carita inocente. Tenía piel de treinta años, pero forma de veinte. ¿Y yo? Aún no lo sé, no sé si era el gordo, el calvo con unos cuantos mechoncitos de cabello ridículos asomándose. El gordo con el puro, mirando un reloj de pared, hipnotizándose con el péndulo, sonriendo ampliamente. La rubia de los pantalones ajustados y con una blusa negra, cubriéndole el pecado. No recuerdo si era el joven de saco sport y dockers blancos. No recuerdo si míos eran el cuerpo y la juventud. La sangre hecha vino para los ojos de la rubia. Las llaves de un jaguar y tres copas de brandy estaban sobre el escritorio. Un cuervo miraba desde la ventana, presagio a los atentados, presagio a mi muerte.

Las pesadillas, porque así son las pesadillas, me llevaron a la cajuela de un coche. Me llevaron al rostro de un moreno bigotón, enorme y gordo (¿Tan gordo como yo? ¿O tan … contrario a mi, hombrecito metrosexual?), con los dientes amarillos. Fumaba mota, era guardia de seguridad, lo conocí primero en un oxxo y después me lo llevé, ¿por qué pensé que un hombre cómo él habría de servirme después? Puede ser. Me aventó a la cajuela de un golf, estaba drogado. El brandy tenía algo. Antes de cerrarla, la rubia me miró y le dio instrucciones al hombre, le dio un fajo de billetes de quinientos, le dijo que al desierto, al primer desierto que encontrara. Era la primera vez que la rubia hacía esto, seguro, eso o me engañaba para que en otra vida no le odiara. Puta rubia pendeja. Los ojos del moreno… estaban idos, si era su primera traición sabía disimularlo como un rey santo.

Transición, fade in, fade out. Caminaba en el desierto, cansado, con las piernas hechas polvo… si tan sólo supiera cuántos días, tal vez sabría quien era yo, si el gordo del puro o el metrosexual del saco sport. Definitivamente, la rubia no era, porque cuando la recuerdo, se me retuercen las espinas… los cactos no tenemos corazón. Yo no tengo. El desierto lo secó o se lo tragó, lo hundió en la arena donde caminaba, dejando muchos pasos atrás mis zapatos caros y lo único importante en aquel entonces, era el sol y la deshidratación. Entonces, apareció éL y sólo puedo recordar el infierno y su voz.

–Si supiera usted cuántas veces he hecho esto, si supiera usted que disfruto cada una de las apuestas, si supiera usted que no debió estar aquí, si no es por una traición rastrera. ¿Sabe? Cuándo miro mi reflejo retorcido en las películas, es cuando más me gusta… antes era rojo sangre en blanco y negro, siempre trajeado, con un bigotito elegante y así, he ido cambiando, invariablemente. Ahora, con los efectos especiales de hoy en día, puedo ser todas mis representaciones. ¿No ha visto un oso de felpa caminando por aquí? Bueno, ya no es un oso de felpa, lo convertí en un niño humano, algo así como pinocho en versión post moderna. ¿No se muere de calor? ¿No gusta un vaso de agua? En la literatura soy muy aburrido… pero no había de otra, tenía que entrarle por las letras. Usted fue un lector muy versátil, usted conoce una faceta muy clásica de mi persona. Pídamelo, que aquí le estaré acompañando, siempre y cuándo este a dos metros de usted no correrá el tiempo, pero su carne se seguirá asoleando. ¿No le tiene miedo al cáncer de piel?

Y desperté siendo un cacto y Mamá Cuerva estaba frente a mí, sonriendo. Algunos creían que los cuervos eran los mensajeros del diablo. ¿No eran esos los tecolotes? Sepa… Mamá Cuerva me estaba mirando, extendió una de sus alas y me dejó entrever una espina… una espina de cacto. No podía ser de tuna, no podía ser de nopal, no podía ser de pescado. Era de cacto. Suavemente la dejó en mi “maceta”, me dedicó una última mirada y salió volando. Y allá, con ella, un centenar de cuervos alzaron el vuelo, confundiéndose con la noche.

–Pinches cuervos y yo todavía no sé quien soy. Mierda, mierda, mierda.