Son las 11.50 y sigo editando. Creo que ya van dos meses, más o menos, de un ritmo así. Es bonito, por el dinero, ya saben, dinero que estas sobre todas las cosas, que soy tu hijo, mi orgulloso creador, mi orgulloso amante. Estar editando en la noche y esperar que eso me lleve a desvelarme (ahora si, ni la chateada, ni la escritura), esta noche no se me hace raro. Eso quiere decir que… o ya me estoy acostumbrando, o ya me estoy resignando. Si alguna vez dejo de trabajar en comerciales, alguna vez… no volveré a hacerlo, no reincidiré, no freelancearé en el fascinante de la publicidad. Nein. Te lo prometo papi Dios: Si alguna vez lo abandono, me portaré bien.

Por lo mismo, no he podido retomar “La Torre de los Sueños”. Pero sigo pensándola, no se me olvida.

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No tomarás el Nombre de Dios en vano.

Gad es un nombre muy bonito, Gad quiere decir “Fortuna de Dios”. Una muchacha que me gustaba se llama así.

Tal vez, tomaré el nombre de Dios en vano… pero un halago, cuando halago o celebro a alguien, no es así. Lo tomo con toda seriedad, siempre y cuando no tenga una sonrisita discreta para hacerle juego.

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Cuando miro un casting, juego a adivinar si será un buen comercial o un mal comercial. Los castings pueden ser bonitos, interesantes o divertidos. Me interesa mucho ver a los actores improvisando para un casting, porque un casting depende de su nivel de improvisación, de hacer un gesto determinado, de sacarle lo sabroso (ay Dio’). Ya cuando ves el resultado en la pantalla, suele decepcionarte. En cambio, hay otras ocasiones que con el mismo casting, anticipas la pobreza del comercial. Esos castings suelen ser odiosos y aburridos.

Es lo que estoy editando ahora mismo y aunque no puedo platicarles lo malo que es, tendrán que confiar en mí.

Curiosamente, esos castings de malos comerciales suelen complicarse. O no tienen al buen actor que necesitan para su carente creatividad, o bien, tratan de sacarle jugo haciendo callbacks. ¿Qué es un callback? Si no lo he explicado, es cuando el director o el asistente de dirección, o ambos, deciden llamar a toda la gente para hacerles la acción a ver si les pueden dar lo que se necesita para el comercial, para videarlos, para conocerlos en persona. También, de esa manera, alguno de la producción puede verle las nalgas vestidas a la modelo en vivo y puede aprovechar para hacer un recorte del material (no sucede con frecuencia, no tenemos tanta suerte). Cuando el director o el asistente de dirección llaman a callback, entonces es peor, porque pierden la noción de tiempo. Creen que el callback es el comercial, entonces hacen las acciones largas, juegan a ser creativos, mientras la gente que espera su turno esta afuera y se desespera. Los desesperados entran ya, con otro ánimo, a hacer su dichoso callback, aún siendo profesionales. Puede ser peor, a veces las callbacks demuestran la inseguridad de un asistente de dirección, la poca confianza que tiene en el comercial, en la producción en general, en los actores que eligió en un principio o en sí mismo. Otras veces, puede ser lo mejor, con un callback el director o el AD, saben quienes funcionan y entonces, ya tienen armas para defender a la gente que eligieron en la junta, hacer un recorte que se respeta para solamente dejar a sus gallos.

Si creen que los blogs es el juego de los egos… no, no es así. El medio es uno de los más grandes, entre los comerciales, y sus hermanos mayores: la televisión, el cine, la radio, etcétera. Este juego no es para cualquier persona, es para gente que no tenga miedo de destacar, que pueda olvidar su inseguridad, que este dispuesto a darse unos buenos putazos y sobre todo, ambición, mucha ambición. Lo que de veras importa sucede entre creativos, productores, directores, modelos y sus representantes, gente de casting, de arte y de vestuario. Una filmación es una lucha de grandes egos en un lugar muy pequeño y cualquier cosita puede pasar.

No hay lugar para gente común.

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Por eso, si alguna vez dejo de trabajar en publicidad, ay Dio’ no lo quiera, me volveré un hombre común.

Y por ahí se dice, de repente, que ser un hombre común no estaría nada mal.

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La grandeza es un tabú en México. Expresar que eres bueno en algo, tú solito, sin ayuda de nadie, te ganará un par de miradas que pueden interpretarse como incredulidad, desidia, sarcasmo, envidia o ira. Tal vez algún despistado te admirará. Y después la ley del hielo y luego, el método científico: Comprobemos si de verdad eres tan bueno como dices. Entonces, surgen una serie de trampas y complicaciones, que regularmente no se darían si no hubieras abierto la bocota. Lo he visto suceder. En cambio, si eres reconocido por otros, el camino será muy distinto. Es como el cielo en vez del infierno, como si ángeles te cuidarán, como si tu bondad o tu pericia, fueran un regalo divino y claro, también envidiable (pero de la buena, ¿eh comadre?).

Los pobres griegos (los clásicos) no podrían vivir en México. Ellos se regían por el areté, de esas cosas me acuerdo de mis clasecitas. Los nobles podían expresar que tan habilidosos o capaces eran para algún deporte, las matemáticos, la poesía o incluso, la cría de caballos. Y aunque existían las miradas negativas, también existían las positivas. No sólo era meterse el pié, también era una invitación a la competencia. Uno podía halagar con más probabilidades de sinceridad que de hipocresía. Tantos años de la evolución del pensamiento, de la grandeza y los hemos transformado en, por ejemplo, Big Brother, Bailando por el Millón o RBD. En su momento hicimos talk shows, pero las televisoras se pusieron de acuerdo para quitarlos del aire. Se dieron cuenta que demostrar cuan buenísimo eras engañando a tu esposa o criticando a tu padre, no era precisamente algo… tan loable.

Honestidad nomás, si eres bueno en algo, pues acéptalo y si no eres bueno, también. Acepta las recompensas y la mierda que viene con ello.

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Una de la mañana y sigo editando. Yo creo que hoy termino como a las cuatro.

Soy muy bueno resistiendo.