Este post lo empecé a escribir a las cuatro de la mañana, sin embargo, se publicará a las diez u once (Hora de la Ciudad de México). ¿Por qué? Nomás, porque será bonito despertar a medio día y ver que ya no tengo que postear ni madres. Ya cumplí, pensaré, y procederé a prepararme un café o un chocolate, y saldré a fumar un cigarrillo, en lo que sigo pensando dónde estoy metido.

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Hace unos días soñé algo muy extraño y demasiado utópico. Soñé que un día, me hablaba por teléfono un viejo, en silla de ruedas, vestido de traje y me ofreció pagarme la cantidad de diecisiete mil pesos quincenales. ¿El viejo me pensaba prostituir? Algo muy parecido, me dijo que era dueño de una agencia de publicidad y que quería pagarme esa cantidad porque me presentara, mínimo, dos horas a la semana a su agencia. Acepté la oferta, aunque no me quedaba claro de que trataría un trabajo que sólo te pedía dos horas de tu tiempo y más, en una agencia de publicidad. So, en el sueño me presenté esa misma tarde y la gente ahí presente, se me quedaba viendo con cara de “Oh, es este”. Si, yo soy yo y tú eres tú, mucho gusto. Recuerdo que me senté en medio de una junta y pretendí tomar datos, anotaciones, palabras clave de lo que en ella se estaba discutiendo cuando un muchacho se me acercó y me dijo–: Hey, hey, no tienes que hacer nada de esto, tan sólo tienes que presentarte.

¿Diecisiete mil pesos tan sólo por presentarme? Busqué al viejo para que me diera una explicación y éste, me paseó por su casa gigantesca para explicarme que él buscaba a alguien como yo para que aprendiera el negocio y se quedara con su agencia. Aunque también quedaba la opción de que yo vendiera su negocio, lo cual él entendía perfectamente, ya que le quedaba poco tiempo de vida y me había encontrado demasiado tarde. Y yo tan sólo podía pensar que me estaba pagando por hacer nada y eso no me dejaba ni dormir, ni despertar. Mientras tanto, el viejo me presentaba a su hijo, quien era dueño de un antro a dos cuadritas de su casa y recuerdo que me pregunté, ¿por qué yo y no él? ¿No quiso su súper herencia familiar? Y me movía de un lado para otro, entrecerraba los ojos y aún continuaba soñando. Mi mente ya estaba haciendo cuentas con el dinero mensual y en qué podría gastarlo, y también entraba en conflicto porque no deseaba ganar el dinero sin trabajar en nada, si no me permitían hacer algo para ganármelo.

Y desperté.

Le conté mi sueño a Sol y ella atinó a preguntarme si extrañaba mi trabajo, o si extrañaba a Jorge.

Le respondí que extrañaba a Jorge, pero que no extrañaba mi trabajo.

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Mi trabajo me envejeció un par de años antes de la cuenta. Me metí en él, porque a los dieciocho años creí que necesitaba responsabilizarme más por mi vida, porque quería una lanita para mis cosas. Me daba algo de que hablar en fiestas y reuniones, me daba un poquito de importancia. Sorprendía a niñas bonitas con él y si tenía suerte, podía coger con alguna extraña después de platicar de mi encuentro con gente famosa, o de alguna historia relacionada a un comercial. También me permitió conocer a mucha gente y me enseñó cuánto no quiero que me paguen por algo que sé hacer. También me ha enseñado que un poco de reconocimiento no me caería mal de vez en cuando. Me hizo más neurótico y más perfeccionista. Me hizo ver que es muy fácil olvidar lo que de veras importa, y también todos tus problemas, porque el trabajo no cesa, porque el trabajo debe solucionarse inmediatamente, porque el trabajo exige toda tu creatividad, ensombrece tu talento, te chupa toda tu energía. Cuando te desvelas tanto tiempo, con la misma gente que comparte un lugar de trabajo, modifica tu percepción y empiezas a creer que son tu familia. ¿Y cómo no iban a serlo? Y los cigarros, y los refrescos, y el azúcar, y los gansitos. Meses de temporada alta, extenuantes, o meses de temporada baja, deprimentes. Que de tres comerciales, en dos tengas problemas y que te sigan pagando lo mismo, aunque ya estés trabajando el doble, que si será por candor, pendejez o porque simplemente “no hay más lana”. Las pláticas con gente que no lee más que dos o tres libros. O pláticas con gente que confunde “entretenimiento” con “cultura”. Que no tengas horarios, que en cualquier momento te suene el celular, que tengas que repetir una edición tres o cuatro veces, musicalizar porque al cliente se le antojó, los pinches antojitos del cliente… blah.

No extraño mi trabajo. Seis años de eso enferman a cualquiera.

En cambio, extraño a Jorge… aunque me es difícil decir por qué, pero ese hombre es su trabajo completamente. Es un buen amigo, es un padre, un consejero, un mentor. No es un viejito en silla de ruedas que me pagaría 17,000 pesos quincenales por la sucesión, pero si es alguien que me consideró su hijo durante algún tiempo, creo que todavía. Antes de que el trabajo se volviera sólo trabajo, platicábamos más y nos reíamos de cualquier pendejada. Me contaba con tranquilidad que ya quería dejarlo, que él ya se había cansado y yo atinaba a preguntarle–: ¿Si? ¿En serio si? Sin creerle realmente, con la sonrisita mamona que tanto le cagaba. También le hice daño, al inmiscuirlo en mis problemas familiares, en los problemas económicos con mi madre, en venderle un coche que sería mío en un precio que yo no fijé y del cual no recibí un quinto, tan sólo perdí. Estuvo al tanto, siempre presente, durante ese horrible decenso. Nos ayudó con dos despensas de comida cuando no teníamos un quinto, casi nada que comer en la casa. Todo el tiempo, siempre me consideré leal a Jorge Carrillo y a nadie más, ni a sus novias, ni a sus perras, ni a su mamá o su hermana, sólo a Jorge Carrillo, porque era mi amigo y porque era como el padre que nunca tuve.

Such is life in the fucking tropics –Jorge Carillo.

Los últimos meses en Carrillo Casting, Jorge se convirtió en un jefe y es cuando decidí abandonarlo, porque nunca quise considerarme su empleado. Ya para eso tenía muchos empleados, que bien podían quererlo un día y después destazarlo al otro. Su empresa que se hizo grandota (no tan grandota, pero si creció bastantito), de repente adquirió muchos intereses, hartas luchas de poderes y era obvio que Jorge, en vez de la Madre Teresa, se convirtiera en Bismarck. Traté de sobrellevarlo, de alguna manera u otra, porque esperaba que en algún momento regresara el espíritu festivo sin hipocresía, pero nah… eso sólo pasa en cuentos de hadas, más candor, más pendejez y él ya no me miraba igual, así que respondí de la misma manera. Últimamente se quejaba mucho de que le quisiera cobrar todo, de que pensaba que conmigo todo era dinero y era cierto, porque él había transformado su empresa en empresa y él cambió sutilmente su percepción de mi como un empleado, así que era lógico que le pusiera el dinero enfrente, fuera como una burla, fuera como un aviso o fuera como un juego personal, donde trataba que él fuera cómplice (sin mucho éxito, Jorge nunca me ha entendido en ese aspecto, ¿pero qué padre entiende a su hijo y qué hijo entiende a su padre por completo? ¿Y luego, no es peor si estos dos hombres no estan atados por algún lazo de sangre, algún árbol genealógico, algún contexto?).

Jorge es un hombre que es su trabajo, que esta agusto con su estrés, con el pequeño infiernito tan temido que se vuelve un comercial o dos o tres, o una campaña entera de Julio Regalado. A mi ya no me contentaba eso y menos cuando no estaba él para convencerme o para que nos saliéramos en el coche, a platicar de que él ya también estaba cansado o platicar de nuevas ideas, nuevos planes. Ahora que he renunciado, tal vez pueda recuperar esa parte de él y servirá que exorcizo mis demonios, esas cosas tan asquerosas, tan tóxicas, esos residuos cochambrosos por haber trabajado en publicidad y existir alrededor de aduladores, hipócritas y cirqueros profesionales de los profesionalísimos super pros.

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Tal vez, lo mejor de mi trabajo era la libertad de fumar cuando y donde quisiera… pero ahhhh, las libertades del cigarro, eso es tema para un post que se publicará automáticamente, mañana, a las diez de la mañana.