Lo que perdió usted fue su trabajo. Lo que ganó es una libertad que no tiene sentido si no se usa.

Asakhira

Ayer, que salí a fumar como a la una y media de la mañana, el lobo [Kromg] roncaba a medias y yo miraba, nada más, la puerta de la entrada. No había cambiado mucho desde ayer. Por ejemplo, continuaba cerrada, y continuaba blanca, y grande, y con una chapa, y con sus vidrios intactos. Algunas luces estaban prendidas dentro del edificio. No todas lo estan porque uno que otro vecino se roba los focos para no comprar, pero eso sí, puntualito esta la vecina –una gorda, dientona, de cabello chino–, del 301 para cobrarnos a todos la luz interna del edificio. El lobo con su pelaje rojo era suficiente para alumbrar un poco la oscuridad.

Siempre me ha gustado la unidad, sus edificios, sus pocas plantas, sus juegos oxidados, sus tienditas-departamento, pero desconfío de su gente. A veces, me parece que están vigilándolo a uno, como una pequeña comunidad dentro de una ciudad, con gente citadina –ocupada en sus asuntos– jugándole al pueblo chico, infierno grande. Hacía algunos años, cuando vivía aquí, de alguna manera estaba sumergido en el juego. De repente paraba las orejas y escuchaba los chismes (sobre todo de las morritas que me gustaban) e intentaba poner manos a la obra para aprovechar esa información extra y usarla en mi ventaja, sin embargo, nunca confié y sigo sin hacerlo, es por ello que no tenía mucho éxito. Los chismes cruzaban de un lugar a otro, volando como hojas de otoño, o como polvo de la cementera de a un lado, y procuraba mantenerme ajeno. Entre menos se dijera de mí, mejor, no quería después tener gente que me actualizara sobre mi propia vida o la vida de mi familia. Hoy, por ejemplo, debe ser un chisme recurrente en el edificio (y un poco más allá, porque dinastías enteras se reparten en varios edificios) que fumo en la reja y por alguna razón no lo hago en mi casa. Con ese dato tan breve, entonces, es posible que la gente esté elaborando las razones complicadas por las cuales fumo en la reja y no salgo a caminar para hacerlo, incluso ya debo tener algún apodo. El Chacuaco, El Fumanchú, El Camellito. Y de la comidilla, ese debe ser el chisme menos importante, seguramente el menos novedoso.

Sin embargo, he estado presente para los chismes más grandes… me acuerdo ahorita del suicidio frustrado y del colgado.

El suicidio fue una vecina mía, que vive a unos cuantos departamentos de altura. Calculo que unos cuatro pisos. La chava se tiró desde su ventana y cayó, directito enfrente de la puerta. Se escuchó un grito largo, pronunciado y después un THUD. Yo estaba adormilado en ese momento, no había nadie en el departamento más que yo y el grito, el sonido, se me hicieron parte de un sueño incompleto. Esa chava me gustaba, era una morena de rasgos muy bonitos y en ese entonces, habrá tenido como dieciseis, diecisiete años. Tenía un cuerpo muy agradable. Se escucharon los gritos de su madre, en ese momento me aprendí su nombre y ya no lo recuerdo. Un grupo de vecinos salió a ver que estaba sucediendo, yo solamente me asomé por la mirilla. Había gente que se estaba moviendo rápidamente, buscando como ayudarle de alguna manera u otra, entonces yo también salí, para escuchar por si algo más se ofrecía. Alguien pidió sal. ¿Sal? Llegó una ambulancia y se la llevó. Unos días después escuché que solamente se había roto las piernas. También me encontré a su mamá, una señora con la cual nunca había hablado, y le pregunté si todo estaba bien. La señora me dijo que si, que gracias y detuvo todo ánimo de conversación. Más tarde la vi, primero con muletas, y después medianamente recuperada. Aún cojeaba. Dicen que problemas con la familia.

El otro, fue un tipo que se colgó del número de uno de los edificios. Estaba envuelto en varias cobijas y yacía pendiendo de una cuerda. Lo hizo una noche de lunes, así que un martes la unidad despertó llamándose “La Unidad del Colgado”. La gente que iba a dejar a sus hijos a la secundaria y preparatoria (yo, entre ellos), pudimos verle, como algo borroso, algo parecido a un tamal envuelto en hojas de platano. Un gran tamal. Los rumores no tardaron–: No fue un suicidio, lo mataron por drogas. Si es que estaba drogado o si no había pagado lo correspondiente desde hacía tiempo, nadie supo asegurármelo. Según dicen, era primo de una compañera de la secundaria, aunque nunca he tenido la delicadeza de preguntarle y las pocas veces que me la he vuelto a topar, solamente nos hemos saludado de beso y bye bye.

Creo que el rumor más interesante y que me recuerda aquellas historias jocosas del Phineas, fue el del animal que se perdió aquí adentro. Sucedió en la noche y varios vecinos salieron con luces, a buscar algo en el área donde esta el edificio abandonado. De no haber sido testigo del grupo de luces, habría pensado que la historia era eso, una historia. Esa vez no salí a enterarme, tan sólo pensé que buscaban a algún niño perdido, o que buscaban algún ratero para madreárselo. Fue entonces que mi abuela escuchó unos gritos que parecían decir–: ¡Por allá va, por allá va el animal! Mi abuela se quedó a un lado de la ventana, buscando más información al respecto y casualmente, nos quedamos sin luz. No me miren así, tal cual como se los cuento y lo siguiente, fue mi abuela diciendo que había visto una sombra. Ni siquiera estábamos en víspera de Muertitos, no señor, era primavera. Unos meses después del incidente, caminando por la unidad, escuché del oso que vivía en el trece, el edificio desalojado, clausurado desde el terremoto del 85. Ajá, un oso, lo mismo pensé cuando lo escuché. Un oso vivía en el edificio trece, pero era posible… hace unos años, un circo se ponía en un terreno baldío que había por aquí.

Hablando de luces, ayer en la noche, mientras salí a fumar y el lobo resoplaba, un grupo de luces pasó enfrente de la puerta. Miré de reojo al lobo, buscando en él una complicidad, pero este se encontraba profundamente dormido y me ignoró. Gritos: ¡Regrésanos a nuestros niños! ¡Era una planta carnívora, yo la vi! Fue entonces que me cubrí el rostro con la mano y moví mi cabeza, negando. La puerta de arriba se azotó y escuché pisadas largas, pausadas, ruidosas, primero en el pasillo de arriba y después bajando las escaleras. Tenía que ser él. –Tu gata no se aguantó las ganas –dijo el lobo, estaba totalmente quieto, mirando hacía donde yo. Bob [el cacto] y sus espinas cubiertas con un poco de sangre, se acercaron poco a poco, haciendo menos ruido. –Me comí a un niño bizco –dijo el cacto, respondiendo a mi mirada–, le acabo de ahorrar años de humillaciones, ahora metámonos antes de que me encuentren.