No había tenido tiempo para escribir en el blog por la escuela (regresé a ella esta semana). Anoté muchos pensamientos en mi libreta, muchas cosas que quería desarrollar… pero no iré por ella y pienso escribir al vuelo, así como se me vayan ocurriendo las cosas, de una manera un poco desorganizada, supongo… pero no será la primera vez que lo haga. Siempre le he tenido mucho respeto a la Universidad (UNAM) por como cambia la manera de ver las cosas. No sé si sea lo mismo en otras instituciones de educación o incluso, en otras carreras. Pero mi Universidad, o mi experiencia universitaria, esta llena de variados y horribles puntos de vista que tienden a complicarlo todo, y también, con la misma educación universitaria, uno se entrena para desglosarlos, para simplificarlos. Es necesario el proceso educativo para afinar el criterio, y saber que se tira, que se queda y que se recicla.
Explicarme otra vez que me dediqué a trabajar, a vivir por mi cuenta y que descuidé la Universidad durante un año entero, sería un poco redundante. Sé que obtuve muchas experiencias invaluables y mucho conocimiento de ello. Fue un tipo de educación… callejera, en cierto modo. Disfruté la práctica y no me hizo daño hacerlo, como un simulacro o como una preparación. No me arrepiento por ello. Aunque el escuchar a uno de mis profesores darme la bienvenida con un “Hola Agustín, ¿ya regresaste? ¿Ya pensaste si erraste en la carrera?”, fue un buen madrazo. También, descubrí que varios de mis amigos que iniciaron la carrera conmigo, ya se graduarán este semestre o el siguiente. Lo sentí como un golpe en la espinilla bien sabroso. Haber hecho cuentas de las materias que me faltan y encontrar que, en dos años más, apenas estaré cursando mi último semestre, me provoca un tic nervioso en el ojo derecho. Siendo honesto, eso me infarta, me exaspera y me desespera. Y también, siendo prácticos, estoy consciente que mucha gente apenas entra a estudiar a mi edad o un poco más (24 años), es sorprendente la cantidad de gente que lo ha hecho. Gente que abandona una carrera en las últimas y se ha metido a estudiar Letras. Supongo que es recíproco para otras. También estoy consciente que muchos como yo, a mi edad, abandonan la carrera por los mismos motivos, para probar las mieles de la vida o porque necesitan trabajar y es muy posible que muchos de los compañeros con los que estoy estudiando ahora no terminen este semestre. Siempre he tenido en la mente que la educación es una carrera asfixiante y fascinante a la vez. Es una lucha. Incluso desde la primaria, al ver los comerciales y las noticias, al enterarme de cuantos niños trabajaban y no estudiaban, al mirarlos tan poco cuidados y también, al reconocer a gente que era más lista que yo, o más social que yo, que poseía habilidades que les permitían mejores notas, me di a la idea que la escuela, de todo tipo, es una lucha muy cabrona por no quedarse atrás, por no abandonar, por no “morir en el intento”, por no quedar como un imbecil contigo y/o con todos.
Y esa es mi lucha, al fin y al cabo. Yo no estoy contento con saber que todavía soy joven, con saber que otros hacen lo mismo, que no es un problema aislado. Me importa que tres o cuatro de mis amigos se estén graduando y que me falten dos años. Eso si es importante para mí. Y sé, por mis rasgos neuróticos, que será un pensamiento continuo hasta que termine la carrera o la abandone definitivamente. También sé, que si abandono la carrera, se volverá uno de mis pensamientos recurrentes toda la vida y no podré vivir el resto de ella “contento” o agusto. No habrá un sólo día de tranquilidad. No por el título –un papel que es una superficialidad muy cómoda–, sino por no haber completado el trabajo, por no haberlo hecho y por no demostrar la supuesta capacidad que me han heredado. Sé, definitivamente, que si tuviera un hijo en esas condiciones, la presión que pondría sobre él sería asfixiante y buscaría por todos los medios que completara algo que yo no quise (porque no es poder… todo es querer, para mí todo es cosa de voluntad. No creo en los que dicen “no puedo” y respeto a la gente que acaba por aceptar que “no quiere”). Y sé que si termino la carrera, cuando cumpla los dieciocho o los diecinueve, le haré saber que es su lucha, le daré la bendición y esperaré, secretamente, a que la termine. Así que la meta, a pesar de los pensamientos escabrosos, es finalmente terminarla. Estoy seguro que por mi bienestar y por el de mis generaciones futuras (si es que existen), debo terminarla. Y también para que descanse mi abuela en paz, con el buen ladrillote que me dejó antes de morirse (Sigue estudiando, cabrón, hasta que termines).
Hay gente que no entiende ese rasgo de mi. Hay otros que piensan que soy un despreocupado. Al contrario, hay otros que insisten que debería relajarme. Y lo hago, en serio que si, si no pudiera al menos descansar por un minuto ya me hubiera encerrado en alguna clínica o ya me hubiera tirado a las vías del Metro. No miento cuando digo que esto lo pienso todos los días y que en los días malos, como hoy, como toda la semana, es un pensamiento que no me deja en paz. Hay gente que no me entiende, no entiende porque no dejo de pensar… trataré de explicarlo con algo sencillo: ¿Han jugado los SIMS? La mayoría debe conocerlo. La onda es controlar la vida de un personaje, o de varios personajes, es vivir su vida enseñándole cocina o limpieza, buscándole un trabajo.
Es un juego que funciona bajo un constante sistema de recompensa y satisfacción al jugador. Si el SIM estudia suficiente cocina, entonces las comidas serán más sabrosas, su hambre será satisfecha fácilmente y si consiguió un trabajo como lavaplatos, logrará subir más rápido (hasta ser chef) y ser el jefe de jefes (señores). O incluso poner su restaurante, ahora no recuerdo. Algunos se dedican a matar a los sims encerrándolos en cuatro muros, sin refrigerador, sin baño, sin ventanas. Otros crean a muchos personajes y les cumplen sus miedos, de vez en cuando sus caprichos, lo convierten en la vida misma. Otros se lo toman a la ligera y permiten que el personaje actue por si mismo la mayoría del tiempo y solamente se dedican a observarlo. Hay quienes lo toman como una proyección personal de su vida (o la de otro), y se dedican febrilmente a un sólo personaje. Y muchos otros, solamente se dedican a armar las casas, o armar meticulosamente al personaje, o sólo se inventan las historias –novelas enteras–, de la vida de su SIM.
Yo no juego los SIMS… yo me obsesiono con ellos… igual que me obsesiono con lo que llega a ocupar mi vida y de veras me interesa. Por ejemplo, la casa de “Las Putas”, ocho mujeres con distintos signos zodiacales y distintas aspiraciones. Mi reto era regentearlas a todas, subirles constantemente los puntos y no permitirles un sólo día de descanso. Me avoqué a subirles sus puntos de limpieza al máximo, y sus puntos de cocina, de físico, de lógica, de lo que fuera. Me dediqué a que subieran escalones en su trabajo lo más pronto posible, ya que eso les permitía más sueldo y menos horas de trabajo, más tiempo para ponerlas a estudiar. Me dediqué a cumplir sus deseos, siempre buscando la manera de hacerlo lo más pronto posible. Y solamente, hasta que mi trabajo estuvo hecho con ellas, hasta que les subí al máximo la mayoría de sus puntos, abandoné el juego. Ese ejemplo, que me tomó un par de fines de semana, hace algunos años… es lo mejor que se me ocurre para explicarme a mí mismo.
Pero no todo fue neurosis… ya en un rato, ahora si, buscando mi libretita, habré de contarles lo bueno.