Y cuando pienso en placer, no puedo recordar más que las miradas que se me notan cuando aquella mujer solía agacharse para buscar las cosas. Esas situaciones se daban cada vez con más regularidad–: Que porque se perdió el calcetín, que porque se perdió el arete, es que estoy buscando un papel o hay que buscar donde conectar el cable. Entonces ella se agachaba, se ponía en cuatro y buscaba por debajo de la cama y de los armarios la partícula que le hiciera falta. Me recriminaba en silencio, porque sucede a menudo que alguien se agacha y busca, ¿no es así? Pero a ella se le notaban los contornos, se le notaba la cadera fértil, de mujer que no se rompe y con los ojitos podía trazar la ese que se formaba de su cuello al culo, a veces por jugar lo hacía con la punta de mis dedos, jugando con la imagen y el movimiento. Ella volteaba a verme al sentirse observada y me preguntaba de manera seca, preocupada más en buscar que provocar deseo–: ¿Qué? ¿Ya lo encontraste? Entonces me sentía apenado y respondía, de la manera más falsa posible–: No pasa nada. Los cuartos pequeños no me permitían agacharme y buscar con ella, y la verdad, es que no quería hacerlo, no podía negar que estaba muy a gusto mirando. Me provocaba tanto un placer sencillo como el de observar a la pobre caperucita, buscando el camino para llegar con el lobo.
Un día fue que lo encontró y las migajas de pan fueron una ranura USB donde necesitaba conectar un mouse. Ella se encontraba debajo del escritorio y yo, sentado al borde de la cama. Estaba algo cansado porque nos habíamos pasado el día arreglando cosas en la habitación. Sólo faltaba ese detalle, conectar el mouse y el puerto universal, para llegar a un sano balance y descanso. Pero al verla buscar y al escucharla quejarse de que no podía mirar, me arrodillé frente a ella, con una mano le empujé la espalda para apoyarla contra el suelo y con la otra le busqué el botón y el cierre del pantalón. Preguntó, honestamente, con una inocencia que quiso provocarme ternura: ¿Qué haces? Y supuse que ella aún estaba pensando en conectar el mouse, hasta que sintió los pantalones a la rodilla y mi mano alzándole la blusa, dejándosela a la mitad de camino. Tenía la prisa del que había soportado una vida de búsquedas, y toda la ropa de ella se quedó a la mitad, la blusa le tapaba la cara y se apoyaba con los codos. Al tenerla así, tan dispuesta a no moverse digo, no me quedó de otra que bajar la cremallera y que la ranura de los boxers hiciera el resto.
Decía de sus caderas grandes, pues las utilicé para jalarme de a poco. No protestó, la entrada fue muy sencilla y después de interpretar un burdo kamasutra, con la ropa a medias tintas (¿No es delicioso acaso coger con ropa?), descansamos satisfechos y nos reímos de lo fácil que había sido encontrar lo que buscábamos. Fue que empecé a sospechar, como hombre que ve demasiadas películas pornográficas, que todas esas búsquedas eran de algún modo intencionales.