Me sorprendió aquella vez que salí a fumar a las nueve y media de la noche, y vi a mi vecina, con una minifalda realmente corta y pude apreciarla, rápidamente, las piernas largas y morenas, muy agradables. Como sé que es mi vecina, y también, al conocer el historial de violencia que guarda esta unidad en sus adentros, donde todo funciona como una pequeña comunidad y las noticias, las amenazas y los accidentes viajan rápidamente; aparté la mirada renuentemente y decidí guardarme todo lo que mi reojo pudiera notar, me enfoqué a la llamada en mi celular y aproveché para encender un cigarrillo. Su minifalda me tomó por sorpresa desde los tacones hasta los muslos, hice una pausa notable a la llamada y bueno, si miré y ella miró que miré. Eso tuvo sus efectos, porque ella solía ignorarme educadamente, no era la primera vez que nos encontrábamos por mi cigarrillo y ella, por llegar de su trabajo. Nos mirábamos brevemente y luego negábamos todo contacto visual, yo enfocándome al vicio y a la luz artificial que ensombrece el edificio, ella en esconder su rostro mientras abría la puerta. Pero esa vez no pasó así, esa vez hicimos contacto como dos personas civilizadas en algo tan vulgar como mirarle las piernas. La sorpresa para ella fue conocer mi voz, que nunca la había escuchado y pude notar como le distraía mientras trataba de abrir su puerta y recargaba la rodilla para poner su bolsa. Desde entonces, ella y su hermana me saludan de buenas noches cuando me ven fumando en la rejita, y yo correspondo el saludo lacónicamente, como si nos diéramos las buenas desde el ’98.
En cambio, en clase de Aurora me fue muy bien. Recuerdo que el año anterior dejé mi lectura de “The Power & The Glory” a un tercio por cuestiones de trabajo y comenté puras estupideces, creyendo que podría adivinar de que había tratado el libro por mera lógica, deducciones y demás. Simón, me sentía Sherlock Holmes. Ahora que soy un estudiante y un hombre que vive con su familia, tuve tiempo para leerlo completo y me comparé de hace un año para acá. Comprendí que el trabajo, efectivamente, me quitaba cualquier ansia de ser un buen estudiante, y de ser un buen lector. Este año tuve la oportunidad de comentar todo el libro y aunque entiendo perfectamente que habrán pensado: “Este mamón que no se calla”, me sentí muy satisfecho conmigo mismo. También el trabajo me dio otras cosas, una seguridad que antes no poseía. Estoy seguro de algo–: No soy un orador, no hablo con seguridad en público y menos en inglés… en eso soy muy tímido. Pero hoy que preguntó Aurora acerca del libro, éramos pocos quienes comentábamos algo y me aproveché de ello. Traté de no abusar, porque a veces sentía que estaba hablando de más y Aurora querría que otro alumno comentara, aunque a veces no me aguantaba. Estuve muy contento de romper esa imagen que guardé durante un año.
Los años, mi trabajo, todo eso, me han quitado un poco el pudor y me han hecho comprender que todos estamos igual de nerviosos.
Y si alguno pensó: “Este mamón que no se calla”, como yo habré pensado durante mis años de preparatoria o mis primeros años de universidad… solamente se me ocurriría decirle que no va a la escuela para verse bonito, para verse espléndido en su silla callándose, guardándose sus pensamientos o celando su percepción. Y es que, a veces pienso que a eso iba de chamaco, a que brillara mi conocimiento por sí mismo, seguramente pensaba que mis ojos expresarían una sabiduría milenaria. De no haber comentado en la clase de Tennyson, jamás me habría enterado de mis errores. Insisto–: La escuela es para confrontarse a uno mismo, para no vivir en el error, para conquistar chicas, para ver actrices de teatro corriendo desnudas por las islas, pasear en la biblioteca y tomar un libro al azar (por ejemplo, puedo confesar que hoy fue el primer día que me senté a leer unas obras de Juan Ruiz de Alarcón), y después, irse a tomar unas chelas con tus cuates, o ir a fajar con el novio. Uno nunca sabe, como diría Raphael, puede ser tu gran noche.
Moraleja barata, estoy cansado, no tardo en irme a dormir.