Al menos durante un tiempo, le quitaré a este blog una de sus etapas con los títulos “sin sentido”, que podían sonar bonito y que hicieron preguntarse al visitante, durante un par de ocasiones, ¿qué quieres decir de verdad? Así lo hice porque era relajante escribir sin atarse a la primera sección, dónde te pregunta el recueadro de título lo que piensas escribir en el momento. También lo hice con el mero propósito de confundir o entretener, de vez en cuando. Hoy no tengo muchas ganas de eso y creo, que las palabras han empezado a ciclarse o los sonidos también. Aunque eso fuese mentira, si estoy pensando en usar títulos coherentes, es porque los otros ya cumplieron su función y es hora de avanzar a otra cosa. El título es un recurso importante porque en él se expresa lo importante de la obra, es lo primero que captura la atención del lector, es un resumen del tamaño y velocidad de una bala, es el enigma que se esconde detrás de la narración. El título me parece un modo de ficción breve, escoger el título indicado es un arte por sí mismo. Si encuentras una falta de ortografía en el título de un escritor que no sabe lo que hace, ya sabes de antemano que puedes esperar de un texto.

Me gusta tomar un baño en las tardes, me relaja un poco y es un acto para retar mis principios donde todo debe solucionarse rápidamente y uno debe ser lo más productivo posible, en la manera que mejor le acomode. Esa neurosis es una repercusión de un medio tan perfeccionista y ajetreado como es la publicidad. Tomé un baño en la tarde e incluso, pensé aprovechar la intimidad para rendirle tributo a Onán. Finalmente no me dieron ganas, olvidé ese propósito y disfruté el agua caer por mi cuerpo. Disfruto especialmente, sentir el calor de las gotas de agua golpear mi cabeza, mis hombros y mi espalda. Me entristezco cuando observo el botecito de shampoo arrumbado en una esquina, porque lo último que me lavo es la cabeza y ya, habiendo cubierto ese espacio, siento que desperdicio tiempo en el baño e incluso, si trato de forzarme para seguir disfrutando, acabo por sentirme poco productivo e inútil, gastando agua y perdiendo tiempo. Por lo general, mis manos actúan por reflejo y cierran las llaves de agua. Cuando esta deja de caer, miro la ventana o miro la regadera, un poco oxidada, y me pregunto: ¿No querías disfrutar el baño?

Vivir de lo que uno escribe o trabajar en el mundo literario, es uno de los pasos más importantes del escritor en la maduración de su oficio. Como todo en la vida, hay filtros para los cobardes–: Se dice que los artistas, como los escritores, acaban muriéndose de hambre y mendigando por los pesos que ayudarán a vender su obra. Yo uso esas palabras para espantar a jóvenes que no tienen una mentalidad creadora lo suficientemente fuerte o para burlarme de la coladera humanista. Pero el oficio del escritor es como muchos otros: En algún lugar tienes que empezar a construir los méritos de tu trabajo. Esa maduración, humana y vocacional, refina muchos conceptos en la cabeza y uno encuentra las palabras adecuadas para explicar las experiencias propias. Aquellas experiencias que se creían inexplicables o bien, demasiado simples. Creo que la maduración no trata de cambiar o de mejorar al individuo, la maduración es la capacidad de explicarse así mismo (finalmente) para el entendimiento o entretenimiento de otros.

Hoy me siento seguro de mi oficio y también, estoy seguro del camino que estoy recorriendo. Me siento seguro de lo que miro, de lo que toco, de lo que me provoca. No estoy en este camino para complacer a nadie, aunque no pueda tomarme los minutos extras en la regadera, sé que soy así y sé que es inevitable. Me encontré fumando en la reja, como hago cuatro o cinco o diez veces al día, si es un día pesado, y creí que todo estaba bien conmigo.