“He quitado esto de la mesa. Regrésalo al mar si es posible. Estas cosas sólo traen mala fortuna a los que son demasiado necios para poseer uno de ellos”. Eso me dijo mi mamá, antes de que le cayera una caja de correo aéreo y le golpeara la cabeza. Primero me reí, me reí como nunca, porque era como ver tu caricatura preferida de los sábados matutinos convertirse en realidad. Y después, miré al cielo y busqué ventanas abiertas entre los edificios, busqué el avión o helicóptero capaz de tal hazaña, mis ojos buscaron nenes malcriados capaces de tomar la mala suerte por las manos y aventarla en la calle, para después reír con sus juegos infantiles. Luego me arrodillé, y me hice la llorona, pero lo único que podía escuchar eran los coches que pasaban, los murmullos de la multitud que empezaba a juntarse a mi alrededor. La señora del quince, dijo alguno, esta apenas reconocible por la sangre que le tapa la cara. La sangre que se confundía con las bolitas de unicel que escaparon de la caja rota. Entonces vino una ambulancia y lloré más fuerte, para esconder mi risa, porque creí que era imposible que una caja de correos cayera del cielo y partiera el cuello de algún desafortunado. ¿O no fue la mala fortuna? Los policías querían hacerme a un lado, pero antes me aseguré de quitarle el caracol de la mano… en tres días que regrese al trabajo se lo regalaré a mi jefe.
A ver qué pasa.
Foto: Ñojitzu
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.