Buenas noches muñeca, si me permites hablar, no te arrepentirás de haberme regalado tu tiempo. No, no, espera, no te vayas, si no pienso bajarte la luna y las estrellas, mis brazos no son tan grandes para traerte aquello que todos prometen y todos anhelan, sin embargo, seré honesto y te diré que son precisamente de la talla para sostenerte cercana a mi pecho. ¿Te invito algo de tomar, o de beber, o prefieres degustar? Que mi boquita guarda el vino para tus neuronas emocionar. Ay, ay, ¡qué no te vayas! Tal vez me he ido un poco rápido, no te asustes que estas ante un caballero, siéntate conmigo y olvídate del tiempo. Debí haber empezado platicando de tus ojos, cazuelas tan profundas escondiendo el verdadero sentido del alma, ¡de mi vida entera! Y si hablo de tu cuello, el cantar de los cantares no sería suficiente para describirte cuánto le aprecio, y si querida mía, hablo de tus pechos… ¡Qué te esperes y no te vayas! Digo, tus pechos que son tan grandes como para guardar tres corazones enteros, el mío, el tuyo y el de nuestro primogénito. ¡Qué te esperes oye! Que si me das la espalda no podré contener esta pasión que por ti siento y si hablo de tus gluteos, seguro me aguarda una desolación eterna. ¿Qué son los gluteos? Mi niña hermosa, no esperaba que preguntaras, pero si tengo que decírtelo son los músculos que cargas en la baja espalda, tan redonditos y curveados, tan apretables y remordibles, ¡qué? ¡a dónde te vas? ¡Te digo que te esperes porque apenas se pone bueno! ¿Me pasas tu teléfono? ¿Al menos te invito un cafecito mañana? ¿A dónde vas con tanta prisa, que no ves que sin ti pierdo suelo?

Ay de mí, me estoy muriendo, va la quinta de la noche… no importa, la balada nocturna es larga y esto, apenas empieza.

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Foto de Baldemar.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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