Llevo dos días en esta casa vacía. Me despierto en su habitación, me paseo en su cocina, veo sus dvd´s, husmeo sin querer en su computadora, de repente me veo abriendo su armario. Llevo dos días en su casa y esta vacía. Mientras he estado aquí, solo, he trabajado un poco, casi nada. Es probable que no termine el trabajo para esta semana y eso me hace sentir un poco mal. También, no sé, me ha entrado un pequeño acceso neurótico y acabé tomando un cuaderno, y escribiendo cosas que no debí escribir, pero tenía que hacerlo. Son cosas que pasan cuando uno esta solo. Llevo dos días en esta casa vacía. Creo que ahora la comprendo un poco, cuando se encuentra sola, con el ruido de los niños y los autos pasando de repente, con los pájaros que hacen escándalo en las mañanas. Con tanto silencio me he sorprendido de poder dormir, porque el silencio nunca ha sido mi amigo. Cuando el silencio se encuentra en grandes cantidades, sentado por las mesas, en los sillones, fumando en las azotehuelas, recogiendo los pedacitos de jitomate y cebolla picada y tirándolos al sartén, mirando la tele y ojeando los relojes, cuando el silencio se reúne como si fuese un concierto o como un flash mob en las calles de Londres, y el eco de sus alaridos rebota en las habitaciones, es entonces que grito con él y se reunen mis tiempos en un sólo lugar, a cinco centímetros de mis ojos, un revolver apuntando a mi cabeza cuyo gatillo se activa si mis dientes se aprietan demasiado. El silencio no es el amigo de un neurotico. Llevo dos días en esta casa vacía y son cosas que pasan, nada más.
Hoy pensaba mandarle un mensaje y me imaginé a mí mismo como un asiático, siempre cargando el móvil para todas partes. El móvil incrustado a mí, como una extensión de mi cuerpo. Me imaginé como siendo un espíritu tecnocrático. Cuando terminé de meditar esa nimiedad, pensé escribirle: “Te extraño tanto que duele”. Un poco exagerado, para darle un efecto dramático. Y luego pensé escribirle: “Te extraño un poco que duele un mucho”, más exagerado todavía, con un elemento cómico por lo cursi e infantil e ingenuo que suena. Después pensé: “Te extraño poco, duele muncho”, para hacerlo más cómico, agregando la n de los gringos que no saben hablar español, y sin restarle la verdad que hay detrás. Luego me dije: “Te extraño” y ya, lo más simple, lo más honesto, lo más concreto. Cada que escribía y revisaba el mensaje, mi mente pasaba por un proceso de orientalización: soy un asiático, el celular es una extensión de mi cuerpo. El movil entonces, se convirtió en un reflejo, un horrible elemento de ficción que podría dar a pie a nunca recibir una respuesta a ese mensaje, o un mensaje similar. Lo comprendí: Yo soy mi celular, no es que sea parte de mi cuerpo. Soy el celular y soy una parte individual de un todo.
Me desperté oliendo sus sábanas. A veces miraba sus fotos, sus velas, sus libros. Me sentaba un momento, con el cigarrillo prendido, admirando todo lo que era yo y no lo era. Pensé en Matthew Sweeney otra vez: “Si tan sólo ella estuviera aquí, se sentiría como en casa”. Y pensé, divertido, con gusto sería parte de sus muebles, tal vez podría ser uno de sus libros, le plantearé la idea de ser su ropa interior. Si bien, uno es parte individual del todo, entonces puedo ser lo que me plazca y seguiré dentro del conjunto. Puedo ser su brazo o su pierna, y ella puede ser mi pecho y mi sexo. Y juntos, ya entremezclados, continuaríamos el orden natural de las cosas. Un orden armonioso y natural, a pesar de los camaradas del silencio gritando alaridos y escoger trabajo, escoger carrera, escoger la casa, escoger los perros, escoger la computadora, choose what you fucking want matey se vuelve un engrane, de esos que siempre salen sobrando cuando el mecánico los arregla, dentro de una maquinaria universal.
Y dolería… ciertamente dolería, que mi amor por ella en su casa vacía, donde cosas pasan, fuese también uno de esos engranes… cuando siento que ese amor puede ser el universo completo.