…Fest se encontraba muy ocupado preparando la comida. Tenía hambre. Cinco huevos, un poco de especias, meter la carne… separar en un plato el pan molido, que las milanesas se llenen de pan, golpearles ligeramente, prender un sartén con aceite, con poco aceite y no tanto fuego, para que no queden crujientes. No le gusta la carne crujiente. Prender un cigarro y así parecer cocinero de poca monta en Nueva York (si bien le va). —-Debería de poner un negocio de tortas —-piensa a veces, no le molestaría en lo más mínimo hacer tortas. Su abuela, antes de tener un puesto de zapatos en el mercado, tenía uno de comida: sopecitos, tacos, etcétera y hacer tortas no lastimaría su negocio como escritor, finalmente le ayudaría a conocer gente para hacer personajes en su cabeza, a contemplar mientras pone las milanesas a freír y las salchichas, y la pierna y la piña. Cuando trabajaba en casting, se iba a un localito a pedir una torta para comer y cenar, la torta se llamaba la Cheques Special: Pierna, salchicha, quesillo, milanesa y piña. Con una de esas no sufría de hambre durante un día y le costaba alrededor de veinticinco pesos.

Pero decía que tocaron la puerta, entonces Fest dejó una milanesa en el sartén, apartó sus pensamientos y la abrió, un poco sorprendido. Nadie le visitaba, si acaso sospechaba que era Kromg quien tenía la urgencia (lobo, lobo, lobito rojo devorador de mundos). Es aquí donde tengo que hacer una pausa y explicarles un poco la historia que apenas empieza.

Hará algunos meses, que Fest tenía un cacto llamado Bob… el cacto devoraba niños, ancianitos, gatos y sólo en urgencias, perros y ratas. Se partía en dos su cuerpo alargado y cómo una Boa, engullía a sus víctimas para digerirlas lentamente en su cuerpo espinoso. Bob, no era malo, sencillamente era el espíritu de un hombre rencoroso, engañado por el diablo y atrapado en el cuerpo de un cacto. Detrás de ese hombre rencoroso había mucho conocimiento, siendo un vegetal tenía la oportunidad de entender mejor el flujo del mundo natural y así podía mirar los espíritus. Durante algún tiempo, Bob acompañó a Fest para ir a todas partes, se hicieron buenos amigos, acordaron que se sentirían muy solos el día que no estuviera el otro, el cacto se quedó dormido un tiempo para el bienestar de Fest, quien se preocupaba mucho de la cantidad de asesinatos que tenía en su haber, sin embargo, cuando despertó finalmente… el cacto le contó toda su historia.

Y que historia.

Cuando el cacto le contó la historia, se encerraron durante una semana y media, Bob para terminar de narrar sus orígenes y Fest para evitar que Bob no saliera a comerse a otro niño. Sin embargo, el cuerpo del cacto necesitaba comida y si no comía carne fresca, que aún estuviera con la sangre caliente, entonces perdería toda consciencia humana y se convertiría en un animal hambriento, en eso consistía el truco malicioso del diablo. Fest sabía que se lo comerían, pero tenía deseos de redimir a su amigo… sin embargo, en ese momento, Satanás tocó la puerta y La Muerte, como testigo (y esperando la muerte de Fest), empezó a comerse una manzana en la cocina. Bob estaba a punto de perder toda consciencia humana. El Diablo le ofreció un trato, que si encontraba a Bob en tres meses, ambas almas estarían salvadas, de lo contrario, él podía llevárselos a ambos. Fest aceptó y poco después de aceptar, olvidó todo lo que había sucedido.

Durante todo ese tiempo… Fest se sintió muy solo, porque habían pasado muchos días desde que se fue.

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Si Fest tuviera que seguir contando esta historia desde su pocket pc, sería porque el hombre que tocó la puerta era nada más y nada menos que un técnico de luz y fuerza, quien argumentó, algo sabiondo, que Fest llevaba varios meses sin pagar la luz. Sin ningún empacho entonces, buscaría el medidor de killowatts por hora e ignorando cualquier comentario burlón, hiriente y suplicante de su víctima, procedería a desarmar y desconectar la vida eléctrica del tan pobre escritor.

Son rápidos los cabrones.

El técnico, un hombre moreno y regordete, con un bigotillo espeso, procedería a levantar su gorra en un gesto de despedida y sonreiría entre dientes un buen día, hasta pronto. Fest lo miraría marcharse con el objeto tan valioso por lo común, insípido y fácilmente olvidable, bajo uno de sus hombros, y susurraría un par de groserías igual de vulgares que el dicho ese que reza: “uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.

–Aborto de la violada de tu mocha madre, ojalá te pudras en el infierno cabrón –diría Fest y le vendría la falsa ilusión de sentirse mejor. Una ilusión que se quebraría en el momento de entrar a su casa y se diera cuenta que en vez de casa, era un hoyo negro.

Eso escribió Fest, al salir a fumarse un cigarro y mirar con atención al lobo rojo, a Kromg, el devorador de mundos. No había otra cosa que hacer, que no fuera mirarlo dormir, o escribir o leer. Pensaba que podría masturbarse, pero el entretenimiento sólo le duraría unos cuantos minutos y no se le antojaba hacer ningún experimento tan ocioso con su propio cuerpo. Vigilar a los vecinos tal vez, pero tenía la ligera sospecha de que si lo intentaba, estos le aventarían piedras o lo lincharían por posible pederasta (nada más lejano a la verdad).

Que bueno, piensa Fest, hoy en día las cabronas escuinclas parece que se visten para buscar marido desde los diez años y en una cultura occidentalizándose tan rápido como México (el año 2000, por Dios), eso definitivamente ya no es aceptable.

–Disculpe señor… –dijo un niño, asomándose por una de las ventanas del departamento de arriba–, usted, el fumador.

El fumador, pensó Fest, debía ser él.

El lobo rojo pareció sonreír debajo de sus bigotes enormes.

Se miraron, Kromg y Fest.

–Dos cosas –dijo el lobo–. El niño puede verme y huele igual a tu gato.

–¿Gato?

El lobo suspiró molesto.

–Cacto.

–¿Señor? ¿Puedo bajar a hablar con usted?

–¿Sí? Ah… Sí, anda, aquí te espero… Je.

–Ok.

Fest miró como el lobo se incorporó lentamente y sacudió su pelo. Le pareció que continuaba sonriendo bajo sus bigotes. No quería hablar con él, se quedó mirando un rato como su cigarro se deshacía en humo mientras escuchaba los pasitos pequeños bajando por las escaleras.

–Viene por nosotros para rescatar a tu amigo.

–Ese asesino no puede ser mi amigo.

–No importa que no le recuerdes, te sientes solo, tu corazón así late… Como el de un solitario.

Cesaron los pasitos en las escaleras, el niño apareció dando una vuelta lenta y pausada. Lo reconocía: Torres, el niño Torres. A la memoria de Fest, le vino un diálogo que le decía que ese niño tendría consciencia del flujo natural y que cuando creciera, sería juzgado como un genio. Además de extrañarle la memoria de un diálogo sin rostros, le dolió el destino tan cruel del niño.

–Hace mucho que llora usted por su amigo, el cacto… Señor Fumador, no puedo escucharle sufrir mas… Necesitamos ir en su búsqueda inmediatamente.

–No. Ese cacto no podría ser mi amigo.

–Creo que le duele cada vez que dice eso. Se vacía un poco con cada negación y se acerca cada vez más al infierno.

El lobo se carcajeó. Su pelo rojizo, parecido al fuego, pareció una llama ondeando poderosamente con las arcadas de su cuerpo.

Fest parpadeó perplejo. Si le preguntaran que pensó de esa aseveración y del niño en general, respondería que era una persona muy extraña y que se sentía con la obligación de presentárselo a cierto técnico de luz y fuerza.

Memorias confusas, de su amigo el cacto, vinieron a su memoria.

–¿Por qué siempre, todos tienen que ser tan raros? ¿todos ustedes, el cacto, el niño, el lobo, todos? ¿Por qué no pueden ser gente común y estereotipos básicos?

–La verdad… No queda mucho tiempo, si hemos de buscarlo, debe ser ya.

–El niño tiene razón, Fest.

–Y porque Natura así lo quiere, tenemos que llevarnos al lobo con nosotros. Es esencial.

–El chamaquito es mucho más respetuoso que tu cacto –el lobo sonrió fuego–. Me agrada.

–Debemos quitarle la cadena sólo si –el niño miró al lobo–, jura ayudarnos a encontrar al cacto primero…

–Bueno, parece que yo sobro aquí…

El lobo se arrodilló ante Torres.

–Lo prometo.

–júralo…

–lo juro –dijo el lobo, y una llamarada rápida se encendió en sus ojos.

–¿listo, señor fumador?

Memorias difusas, una espina y una gota de sangre cayendo de su dedo. Supo en ese instante que si negaba… Negaría su propia sangre.

–Kromg…

–¿Sí?

–¿Prometes meterle un susto al cabrón de luz y fuerza?

–Claro que si, mi querido Fest. Después de encontrar a tu cacto, eso es lo primero que haré.

El niño pareció un poco incómodo al escuchar eso.

–Primero –dijo Torres–, hay que romper su cadena… O de lo contrario, no lograremos nada.