Ayer, Fest en un descuido, olvidó su chaleco en uno de los salones. Cuando se dio cuenta, estaban sus pasos llevándolo a la facultad de derecho y tomando una coca fría bajo nubes de lluvia, que amenazaban con explotar pronto. Alzó los ojos como diciendo–. Ahhh, san pendejo de veras –y luego, le pasó por la mente que podría escribir acerca del discurso del olvido. Anotó eso como una palomita mental, diciéndose así mismo “buen chico” por tener algo que escribir y apresuró sus pasos al salón, solamente para curiosear si el chaleco continuaba ahí.
El discurso del olvido.
Si algo se le olvida a Fest, se le olvida y ya. Lo asume perdido y que esa pérdida (o abandono) forma parte de algún orden natural de las cosas, del mundo… eso piensa de los olvidos de todas las personas, en general. Depende del valor material, el grado de enojo. Si es algo de valor sentimental, se enoja un poco, pero suele pensar que si se le olvidó no es por un sentimiento de malestar contra la persona que se lo regaló o contra el sentimiento en sí, sino que es hora de dejarlo descansando en un lugar. Piensa, de alguna manera, que los objetos sentimentales regresarán a él, aún si es algo tan poco palpable como un recuerdo.
El chaleco, por ejemplo, tenía cierto valor sentimental porque le recordaba su trabajo con las letritas “CEFAC” ya desgastadas, tal vez solamente siluetadas en la espalda. No lo ha revisado últimamente. Se lo regalaron porque de cierta manera, siempre se acordaban de él en el CEFAC, ya que hacía un buen trabajo encontrando jovencitos nuevos para aventarlos a la escuela y eventualmente, a la televisión. Si recordara nombres haría un listado, pero le basta con ver sus caras en la tele (por mera casualidad) y decir–. A ese lo conocí. No es que le de orgullo, simplemente le provoca curiosidad y satisfacción. Ya recuerda ni la mitad de los nombres, también se le han olvidado.
Cuando se le ha perdido algo de gran valor material, como aquella vez donde se le perdieron 700 pesos en un taxi, se enoja bastante, pero también lo deja ir. Cuando se dio cuenta que se le había perdido el dinero, recordó la plática del taxista, de cómo hablaba de sus cuatro hijos y de que el dinero para los útiles, que tenía que trabajar bastante esta noche. Atinó a suspirar, entre dientes y con pocas groserías–. Bueno, pues al menos lo aprovecharás. Finalmente le contó la historia a su mamá y a su jefe, ya estaba resignado a perder el dinero y vivir con poco aquella semana, pero ellos en algún gesto se lo repusieron.
Ah, las personas… las personas son más difíciles de olvidar, sobre todo porque Fest llega a registrar en su cabecita los rasgos más inútiles de una persona. Fest nunca olvida a las personas, puede olvidar sus nombres, pero no los detalles.
Cuando Fest regresó al salón donde había olvidado su chaleco, este continuaba ahí. Una señora se lo dio, hizo comentarios breves y amables, y Fest correspondió con una risa y comentarios amables también. Se despidió y le agradeció. Cuando tuvo el chaleco en sus manos, lo acomodó bajo el brazo y palpó sus bolsas, por curiosidad. La cartera continuaba ahí, la sacó y miró que toda la basura también. Porque Fest nunca ha guardado dinero o identificaciones en su cartera, solamente guarda basura. Asintió un poco contento, miró al cielo gris que estaba a punto de explotar, para sorpresa de unas alumnas de derecho alzó su dedo al cielo y le ordenó en voz clara y fuerte–. NO.
Pero si llovió, y ya.