…con su cabello rojo y rizado, al parecer platicando con su novio. La miró de reojo, se sintió bien de reconocer a alguien y siguió caminando por el Paseo de las Facultades para llegar hacia insurgentes. No pensaba más que llegar a casa. Recordó su plática de hace algún tiempo (a través de papelitos, en una clase de Literatura Hispánica), dónde ella gentilmente le decía señor (Sir, en realidad) y que le daba gusto conocerle. A él también le dio gusto conocerla, hablar mejor con ella, siempre se le había hecho una persona misteriosa. Sin embargo, pasado un tiempo, empezaron a tratarse indiferentemente. No entiende por qué, o tal vez si, un poquito… entiende, de su parte, que fue un poco presuntuoso y nada humilde. Hubo una palabra clave–. Que ella se dirigió a él como Sir, y de inmediato se remontó a sus relaciones pasadas. Cuándo le decían Sir, era para preguntarle cómo se la iban a chupar o cómo prefería que se la acariciaran. Entonces él respondía así y asá, con una sonrisa, dando ligeras instrucciones, sabiendo que ello era más que suficiente. Fue como remontarlo a esa persona del pasado, como regresarle atributos que había escondido en su psique. Aunque se controló, él trató de referirse a ella con el mejor respeto, sabiendo que para una persona ajena un Sir, es otorgar a la persona un título respetable, tenerle en la más alta estima.
Aunque una vez, presiente que se metió demasiado. Una vez la miró sola, esperando en el pasillo del tercer piso. No supo que esperaba, se veía algo triste. Se acercó a ella y le preguntó que pasaba. Él escuchó, pero no entendió del todo. Trató de dar un buen consejo, uno de esos a los que esta acostumbrado, y se alejó de ella. Desde entonces, empezaron a tratarse como un par de extraños. Él rompió el respeto al acercarse a ella de esa manera, al no ser más discreto y darle un espacio que probablemente, ha cuidado mantener toda su vida. Entiende las consecuencias de su transgresión (y… por lo mismo, sabe que lo volvería a hacer), no le preocupa. Con sólo mirarse de vez en cuándo y hacerse los desentendidos, le parece más que suficiente. Si algo estuviera destinado a pasar, como platicar de nuevo o tener una conversación educada, eso lo dirá el tiempo. No es que estuviera enamorado de ella o que le gustara de manera desmedida, no… nunca, sólo simple y llana curiosidad.
La vio de lejos y cuando se encontró que ella estaba ahí, simplemente apartó la mirada y se fingió distraído. De alguna manera le avergüenza haberse entrometido en aquella ocasión… se hizo el distraído y siguió caminando, la cabeza le punzó, porque le dolía la cabeza también, así que no tuvo que hacer mucho para fingir distracción y un poco de dolor. Más tarde, después de caminar varios pasos, se dio cuenta ella había quedado atrás y sus pensamientos también.
Es probable, que ella lea esto.
Odia el Dreamweaver porque cada vez que lo abre, el ventilador de su CPU suena como una turbina de avión. Ahora su chambita (de mil chambitas) consiste en mover bolitas a numeritos, es de los mismos catálogos que capturó hace un tiempo (que por cierto, si a alguien le interesa capturar catálogos por una lanita y tiene tiempo, busquen a Alice). En este momento tiene abiertas tres cosas, el explorador de internet que usa para escribir su post, el messenger para distraerse un poco y el dreamweaver. Todo parece tranquilo y normal cuando esta en cualquiera de las otras dos ventanas, pero cuando usa el editor de html, presiente que su computadora ha alcanzado el séptimo sentido y que en cualquier momento, empezará a flotar en el aire. Se acuerda, vagamente, de su trabajo como editor. Cuando tenía que capturar largos segmentos de video, como de dos a cinco minutos, entonces abría el explorador y empezaba a escribir su post, después hacía el cambio, se fijaba un minuto en el actor (sus ademanes, sus acciones) e inmediatamente después retomaba el post. Algo así hace con las bolitas, primero acomoda cierta cantidad de bolitas y después regresa aquí, a seguir escribiendo. Piensa que su computadora en cualquier momento, sufrirá una especie de taquicardia.
Le molesta la gente que pregunta “¿qué me cuenta?”, si todo lo que cuenta, termina escrito aquí.