“Gracias a que abandoné tu yugo”, empecé a escribir en la carta que pensaba dejar en la puerta de tu casa, para que supieras de mi regreso. Ya estoy en la Ciudad de México. En unas horas, iré a la central para tomar un camión que me dejará en casa… la misma casa que es la tuya. No sé que decirte, cuando tuve el valor de establecerme en un lugar, te mandé mi dirección porque me sentía lista a enfrentarte. Incluso me sentía preparada para recibir una visita tuya. Pero tu golpe fue otro y nunca pensé que fuera tan doloroso–. Un paquete con un plano de Bellas Artes y mi libro preferido con todo y dedicatoria. Una carta dónde me platicabas que una prima vivía contigo, pero que no pensabas casarte con ella. La conozco, quiso estar contigo desde antes que yo lo quisiera. Me platicaba a lujo de detalle los sueños que tenía con tu presencia, pero gané yo… ¿no es cierto? Dejamos la decisión en tus manos y seguro me guardó un rencor profundo cuando me tomaste la mano. Ahora, seguramente esta encima de ti, haciéndote las cosas que te gustan, desde los huevos con jamón para el desayuno hasta una mamada profunda y masoquista. ¿Qué se yo? Ya no eres mío. Tal vez me alegraría si supiera que sigues siendo el mismo adicto al trabajo y que ella sufre las mismas privaciones que yo, pero también leí como has cambiado un trabajo por otro para disfrutar más la vida. Lo leí todo. La vida es una ironía. Odio esa palabra: Irónico.
En este momento me encuentro sentada frente a Bellas Artes, en mi bolsa cargo el libro que me conseguiste. Recuerdo cuando regresaste de tu viaje en aquel entonces y me dijiste muy triste que no lo habías conseguido, que por trabajo. ¿Sabes que por eso te dejé, amor? Porque pensé que ni eso podías hacer por mí. Fue muy estúpido no habértelo dicho, pero que consiguieras ese libro era vital para mí. Con ello terminaría por decidir si continuaba contigo, o si te dejaba para recuperar un poco de auto estima. Te odié tanto cuando no lo llevaste, que viajé por toda América y te mandé las fotos para que me recordaras, para que sintieras dolor por haberme perdido a causa de un pinche libro que no pudiste conseguir. Cuando se acabó el odio… me llegó tu carta, me llegó el libro… ¿Es que lo buscaste después que te dejé? No… No fue así, estabas planeando una sorpresa pero no supe leerte. Estaba tan dolida que me ganó el egoísmo.
Si quiero ir a casa, amor… es para enfrentarnos de verdad. Objetivamente las cosas son muy sencillas, regreso a ti, nos explicamos lo que pasó y podemos regresar juntos. Nunca firmamos papeles de divorcio, ante la sociedad seguimos casados. Pero no es así de fácil… si voy, es porque estoy admito la posibilidad de que esta vez lo perderé todo, y lo perderé bien. Me eligirás sobre la puta de mi prima. Me invitarás un café y luego me enseñarás la que era nuestra puerta. Ya cuando esté sola, viviendo en algún otro lugar de la República, me enviarás fotos con tu pareja, después con tus hijos y tú sonriendo. Ni siquiera necesitarás firmarlas como “Gracias a que abandoné tu yugo”, porque será la ironía escondia entre tú y yo. Sólo quiero hacerte saber que te dejé por ese libro que nunca me enseñaste en el momento indicado. Por nuestra imprudencia. Quiero hacerte saber que nuestra vida fue radicalmente distinta por una estupidez.
Tal vez, así consiga un poco de redención, y nos dejaremos de chingaderas.
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.