Entre mis nombres, esta el de Guadalupe Espartaco. Tal vez en algún lugar habrán escuchado de mí, aunque no lo recomiendo, porque mi nombre trae desgracias a los amables escuchas. No se sorprendan si tienen que revisar abajo de su cama o el closet antes de dormir después de escuchar esto. Desde hace muchísimos años, tantos que no puedo contarlos ya, me han perseguido ángeles y demonios. Los de verdad, no mamadas… ángeles y demonios, con sus alas, sus poderes, sus auras especiales, sus alitas y cuernos. Los únicos y originales. Soy valioso para ellos porque mi alma lleva consigo muchos años de recuerdos, anécdotas, conocimientos… muchísimos años, creo que rebaso el milenio, no puedo recordarlo todo porque mis recetas para la regeneración de piel y de las células son cada vez más difíciles de preparar. Los ingredientes y materiales se hacen cada vez más escasos. No creo sobrevivir más allá de otros doscientos años. ¿Me preguntas si hay una receta para la vida eterna? Neh. Eso no existe. Desde hace tiempo que mi nombre esta escrito en la libreta del destino y me he escapado. Soy un hombre que escapa de la muerte y necesita regenerar su cuerpo para no envejecer demasiado.

Pero no es de eso de lo que quiero hablar, ese es un pasado del que no quiero hablar.

Hablemos de que en ese milenio, me enamoré cuatrocientas veces, cogí un millón y hasta la fecha, me sobreviven 10,529 hijos. La muerte no me busca en balde. Es la creación de nuevas vidas que no estaban contempladas en su libreta, la que hace las cosas más difíciles en su trabajo. Son 10,529 seres humanos que modifican la vida de otros, aún en las cosas más sencillas. Es muy probable que conozcas a uno de ellos y haya modificado tu destino, sin tú saberlo. En algo se tiene que ocupar este viejo… uno de mis pasatiempos, cada cien o doscientos años, es buscar a los niños, y a los niños de esos niños, que han brotado de mi esperma. Como las flores, ¿no? Las semillas se escapan con el viento y fertilizan más campo. Si realmente me dedicara a ello, podría tener una nación. Mi edad ayuda a mis sentidos. Mis sentidos perciben mejor a la gente que lleva mi linaje. ¿Me creerían que tengo hijos hasta en Rusia?, supongo que no. Recuerdo a ese Espartaquito, trabajando en las minas de Siberia, con los músculos europeos, muy en contraste con su padre moreno y arrugado, de ojos pequeños. Ahh, en esta vida he visto cosas que la mayoría de ustedes no creerían. Sé, por ejemplo, que algunos demonios percibirán su aroma después de hablar conmigo y se los comerán mientras duermen. Si tienen suerte se los llevarán un súcubo. Créanme, son los mejores, siempre y cuando uno se deje. Flojito y cooperando.

Entre uno de esos niños, estaba Uriel, el chamaquito de la foto, el chiquito de la izquierda. El de la derecha era su amigo, Juan.

He escuchado rumores, que todos aquellos que llevan mi sangre, son ahora perseguidos por un hombre en una camioneta. Un hombre de chamarra negra, de jeans y siempre fumando. Nunca se le ve el rostro. No hay otro cabrón que pueda hacerlo como él, habrán muchos imitadores pero el original es inconfundible. Se siente su presencia, de inmediato. Dicen que en su camioneta lleva un cacto, cuya alma esta a punto de perderse por una apuesta, y que lo utiliza para comerse a los más pequeños de mis hijos. Un cacto come niños, ¿pueden creerlo? –Eso detendrá la devastación –dicen que ha dicho el señor de todas las respuestas. A Uriel lo agarró mientras estaba jugando a la guerra, se puso a jugar con los niños a la guerra… el muy cabrón. Cuando terminó, lo llevó cargando a la camioneta y lo aventó ahí. Eso me dijo Juán cuando pregunté por él. Me ha perseguido tanto tiempo que ha perdido la perspectiva, ahora busca a mis hijos para llegar a mí. Me es imposible protegerlos a todos, a los 10,529 restantes. Finalmente quien gana es la muerte. Dicen que anota en una libreta el nombre de todos los niños que se ha llevado para arreglar mis desastres y lo de los otros.

El sistema debe restablecerse. Eso dicen que ha dicho.

Tal vez me quedan doscientos años, tal vez me quedan menos. Depende de las recetas o que me derrote uno de tantos demonios. Hay tiempo suficiente para enamorarme muchas veces más. Años suficientes para tener otros cien hijos, o cuatrocientos si realmente me enfoco a ello. Uno de cuatrocientos sobrevivirá, estoy seguro de ello. Accidentes pasan todo el tiempo, el plan de la muerte no puede ser perfecto. ¿Qué tiene? ¿Por qué me miras así? Esta es una de tantas guerras secretas. Él juega a deshacer lo que hago, yo jugaré a hacerlo de nuevo, a hacerlo más rápido. De verdad… me entristece que uno a uno, mis hijos sean devorados. Pero más me entristecería si ya no existiera un Espartaco en este mundo, en este tiempo.

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Foto de Ruy Feben.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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