Ese domingo, aquel que parece lejano, llegarón siete niñas. El director sólo escogió una. Para la junta del lunes llevaba cinco niños y tres niñas. El asistente de dirección habló conmigo–. No mames, si le presento cinco niñas me la van a re-mentar –asentí, lentamente. Si lo sabía. Lo sabía muy bien. ¿Pero qué otra cosa podía hacer si con el último empujón no había gustado ninguna? Preparé mis listas con fotos, un cd con los quicktimes (otro cd con protección, por si no gustaba nada, presentar el casting), me rasqué detrás de las orejas y como una gallina descabezada, pero con dos kilos de valium, paseé de un lado a otro en lo que llegaba la hora de la junta. No había otra cosa qué hacer. Esperar nomás. Ese día se había abierto un casting, en espera de que llegaran otras niñas más. Si no gustaba nada, finalmente tendría material de protección para la junta final.
La junta sería en Lomas de Bezares. Si ubican la libre a Toluca, probablemente saben que de la Narvarte hasta allá, me haría como 45 minutos. Ese día no hubo tanto tráfico, ni llovió, así que llegué temprano. Como quince minutos antes de las cuatro (la junta era a las cuatro y media). Me presenté con mi folder verde a la productora, con camisita y bien peinado, los vigilantes me dirigieron a la sala de recepción y me senté por ahí. Fumaba y esperaba. Me habré sentado durante eternidades, mientras leía en mi ipaq y revisaba mis cuentos. El asistente pasó a saludarme en algún momento y me pidió los cd’s para que producción los copiara a la mac dónde proyectaríamos la junta. Me dijo algo de una niña que estaba por ahí y me preguntó si traería la cámara para tomarle video y hacerle el casting.
La productora me llamó para checar algo del CD y después busqué al asistente para ver lo de la niña. Ahí se encontraba el canadiense y el asistente haciéndole casting a la niña que habían mencionado. Una niña bonita, de vestido azul y sonrisa tierna. Una feliz desconocida como todos nosotros. Al terminar de hacerle el casting, el canadiense dijo que no se necesitaba el video. –No es lo mismo ser lindo con tus cuatitos y tu familia, a ser lindo con personas que ni conoces –dijo el asistente. Nada más lejos de la verdad. Despedí a la chamaquita con una sonrisa y me dijeron que le pasara mis datos para que hiciera uno que otro casting. Asentí y se me olvidó, me regresé a la recepción a esperar la junta. Finalmente encontré una sala por ahí, donde creí que presentaríamos todo. Tomé uno de los asientos y me perdí.
En unos veinte minutos pasaron dos cosas. Me llamó Sol para decirme que me amaba y el señor Pedro Torres se asomó a la sala dónde estaba esperando, y me dio la mano.
Pedro Torres es uno de los grandes personajes de la publicidad y la creación de contenidos, en México. A él le debemos la entrada de la franquicia Big Brother, así como una serie de comerciales memorables, que seguramente guardas en algún resquicio de tu alma. Todavía es famosa la historia entre Lucía Méndez y él, de seguro algunos se acordarán de ese desmadrito. Si yo fuera comunicólogo, no sólo le hubiera dado la mano, le hubiera besado los pies y hubiera buscado la manera de que me diera trabajo o se interesara por uno de mis proyectos. En mi caso, sólo fue un firme apretón de manos, un cómo te va, y una pregunta vaga en mi interior como si debiera decir algo más. Sin embargo, ese breve encuentro fue la ceremoniosa educación que le debes al hombre qué te da trabajo, sin perder la dignidad o el decoro.
Se fue y me quedé esperando otro rato. La espera se hizo larga. Salí al estacionamiento y uno de los vigilantes me hizo señales. Me acerqué, me dijo que ya habían llegado las personas de la junta, y me dio instrucciones para llegar a la sala. Caminé apresurado, busqué en el laberinto y encontré la junta. Medio me asomé y me dijeron que me llamaban cuando fuera mi turno. Un pequeño dato que había olvidado: Vestuario, Arte y Casting, esperan su turno en la junta para dar su presentación. Me busqué una sillita, preparé mis listas y esperé. De nuevo. Por lo general casting lo presentan al final.
La primera junta es la de pre-producción. Es donde la productora y la agencia de publicidad platican. Ven las opciones de lo que hay, y entre ellos toman la decisión para la junta final. Así el cliente no lo ve todo, sólo lo mejorcito. El director presentó la idea del comercial usando el story board. Después platicaron de locaciones, de los animatronics y los efectos computarizados que usarán para el comercial, los jingles, etcétera. Me preocupó un poco lo de las locaciones. La locación preferida del director la cambiaron porque ya había sido utilizada en otros comerciales de dulces (específicamente un chicle). Lo mío es un chocolate. De todas maneras me preocupó, porque uno de mis niños ya había hecho un comercial de ese chicle en específico. Esto de las competencias de verdad es un tema muy complicado… sobre todo por los niños.
Cuando fue mi turno, los saludé a todos, repartí las listas y tomé asiento. Arte y Vestuario, por lo general tienen que platicar lo que presentan. “Escogí estas macetas porque pueden formar parte de la urbanidad, pero también le dan un toque natural, sin irse a lo industrial”, “Los colores fríos para los extras son lo mejor, porque nos gustaría darle prioridad a nuestros personajes principales”. El casting, sin embargo, siempre se vende solo. Lo único que necesitas es llevar tus videos, darles play y que los escogidos hagan lo suyo. No por ello estaba menos nervioso. Mis juntas siempre me había acompañado Jorge. Ahora que estaba solo, no me sentía inseguro porque llevaba protección hasta debajo de las narices, pero si esperaba no pasarme de lanza con mis comentarios. Uno debe aprender a medir como tratar a las personas, y como yo soy un discapacitado social…
El primer niño que presenté, fue uno que tenía las orejas un poco grandes y le llamaron “Yoda”. ¿Estamos seguros que queremos a Yoda en la filmación? — Risas. Alcé un poco la mirada. El siguiente niño me preguntaron si era demasiado adulto. –No –le dije–, puede que tenga las facciones un poco duras, pero es un chamaquito. Dominique (sentada a mi izquierda), la productora (una doña como de 60 años), me pellizcó un brazo y me dijo en voz baja–. No hagas eso, se supone estas vendiendo tu casting. Le asentí lentamente. No me importaba mucho defenderlo porque ese niño había hecho chicle y si quedaba, iba a ser una pinche tristeza. Después todo fluyó como agua viva. Los tres siguientes niños encantaron, uno porque parecía un joven Keanu Reeves y otro porque tenía cara de gandalla. Finalmente, como un extra, presentamos al preferido del director, sin embargo no les gustó y simplemente nos quedamos con tres.
Después fue el turno de las niñas y las tres niñas fueron, sencillamente, espectaculares. Les fascinaron, casi grito de alegría. Respiré aliviado. El asistente de dirección volteó para susurrarme: “Suertudo”. Me quedé unos minutos más, arreglé lo de unas cartas responsivas con el productor de agencia, salí al estacionamiento para llamarle a Sol y decirle que la amaba, pedí un taxi y me fui a casa, pensando muy poco en la junta de mañana y con una jeta de victoria en todo el rostro.