Creo que los temblores, para mi generación y mi país (al menos el pedacito de tierra llamado Distrito Federal), son el mejor ejemplo de como una cultura puede continuar sus enseñanzas después de una desgracia. Han pasado poco más de veinte años y después de un temblor, aunque sea un chisguetito, existe una referencia al 85… desde los viejos reporteros que insisten en recordar como todos los medios se unen y como lo presenciaron, hasta el taxista que asocia el temblor de hoy, al de ayer, con sus recuerdos adolescentes o púberes.
Hace un momento, David Ochoa de BytePodcast, se preguntaba en su twitter cuantos textos académicos (psicología y sociología) se habrán escrito a raíz del temblor del ’85… es imposible decirlo, porque continuarán escribiéndose hasta que el último anciano, testigo de aquel evento deje la tierra y probablemente más allá, al menos unos 20 ó 30 años más, en lo que las enseñanzas hayan terminado de permearse. Es decir, hasta que se haya agotado ese momento y sus enseñanzas tengan un menor valor en el contexto histórico de la sociedad. Es importante en este tiempo y en este espacio, porque hay una gran cantidad de personas que lo vivieron y continúan contando las anécdotas. Estoy viviendo lo que yo llamaría “Historia Viva” o “Historia Continua”, porque a mí, nacido en los ochenta, me educaron con una base que reside en aquel temblor. No será hasta muchos años después, que tal vez este temblor de nombre, según sociólogos o historiadores, a una generación completa de personas. Hoy no podemos saberlo, porque todavía vivimos su importancia.
Me pregunto cuantos ensayos, cuantos artículos, cuantas tesis se han escrito sobre los efectos psicológicos de los temblores del 85 en el DF
— David Ochoa B. (@BytePodcast) April 13, 2007
¿Es importante? Claro, yo tenía cuatro años en ese entonces y por ejemplo, no era necesario que me explicaran a través de la Biblia o los cuentos de hadas, por ejemplo, lo que es la solidaridad, la compasión, la unidad, la tragedia o la muerte… porque tenía oportunidad de verlo, de escucharlo, a la salida de mi casa. Eso provoca un profundo impacto, mucho más de lo que cualquier libro, película, canción puede lograr. Sentir un temblor, para cualquier chilango, trae consigo un pequeño trauma, una memoria residual que lo obliga a actuar en mayor grado, ya sea el temor que siente o las ansias de supervivencia.
Hoy tembló a las doce de la noche (o algo así). Me encontraba frente a la computadora, jugando después de trabajar y se empezó a mover. Lo primero que pensé es: “Está leve, probablemente dure poco”. No fue así, cuando el temblor continuó un fragmento de segundo más, grité: “Está temblando”, para avisar a los demás. Esperé un momento a que bajaran, pero no lo hacían. Me pareció escuchar algo que tronó, probablemente un transformador de luz, o tal vez dentro de la misma casa. Salí a abrir la puerta y me quedé unos minutos más esperando a que mis compañeros de trabajo vinieran. El primero bajó las escaleras del segundo piso, los otros todavía se encontraban en otra área de la casa y empezaron a preocuparme. El temblor continuaba, no había luz y por un momento, siendo este el temblor más largo que había sentido en mucho tiempo, pensé que por fin podría ver como se caía una casa, la casa en la que todavía tenía medio pie adentro por estar esperando a mis amigos.
Todo pasó. El tiempo y la tierra, terminaron su rebote, su juego con las dimensiones. Hablamos a casas preguntando por los nuestros, apagamos computadoras y desconectamos todo, cerramos puertas y ventanas. La luz regresó en algún momento. Aún me encuentro temblando, pero supongo que estoy psicológicamente mejor preparado para un temblor que mucha gente. O tal vez, el 85 me enseñó lo que es el verdadero temor y por eso, continúo pensando esto en casa, mientras fumo y espero tranquilizarme un poco para dormir. ¿Habrá secuelas? Poco probable, según sé, son a los veinte o treinta minutos después del temblor. Pregunto a gente en otros estados de la República y ni lo sintieron, lo cual me hace pensar que es ridículo espantarse. Incluso, los resiento un poco… porque no han tenido que crecer con el mito que sigue construyéndose cuando la tierra grita, reclama, se ríe estruendosamente de nuestra comuna de hormigas. Esas personas no tienen, y no quieren el espacio, en mi historia viva.