Se había sentado en la cama y él la hacía temblar. Era una mujer inquieta y cruel desde el nacimiento. Estar atada a la cama no ayudaba en nada. Miraba un tanto nerviosa para un lado, luego para el otro, no sabía si era juego o secuestro. Aunque él había prometido no lastimarle, la situación le permitía ignorar la voz conciliadora del hombre y su tranquilidad para inmovilizarla. Ella sentía que estaba problemas. Su habitación, un refugio para estos días tan movidos, se había convertido en una prisión que aprendía a despreciar poco a poco. Notaba los desperfectos en las paredes, las minúsculas telarañas que la señora de la limpieza había olvidado, miraba con desprecio el amarillo de un foco normal. Ya no se sentía cómoda. El hombre le pasó una mano por las piernas y ella permaneció quieta, tenía miedo que él se enojara. El hombre se detuvo y sacó un celular de los bolsillos de sus pantalones. Empezó marcando un número y se lo acercó al oído. –Habla con tu ex-esposo –dijo–, dile que vamos a tener una fiesta… esta vez, los tres juntos. Ella miró despreciando al hombre que era su marido.
Se había sentado en la cama y él la hacía temblar. No tenían sueño. Desde que habían recibido la llamada, avisándoles que iban a morir en unos minutos por un accidente de avión, estaban pensando cancelar los boletos. Él los miraba tristemente, habían esperado tanto tiempo para irse de vacaciones. Ella se sentía traicionada por la vida, porque pocas veces podían darse el lujo del viaje. La hipoteca de la casa, la compra de la camioneta, el embarazo, todo pareció juntarse de un momento a otro, y ahora les hablaba un estúpido para decirles que morirían de un accidente de avión. Si acaso, uno podría dudar del otro, si no es que a él le llamaron a su celular en la tarde, y a ella, le habían llamado en la noche. No fue hasta que los dos, estando juntos y platicando de las cotidianidades del día, habían podido unir ambas llamadas y sentir que una especie de espíritu jugaba con ellos. Él se acercó a la ventana, prendió un cigarro, el cielo estaba totalmente oscuro. –A chingar a su madre –escupió el hombre, volteó a mirar a su esposa– Me vale, nos vamos a Inglaterra. Fue demasiado tarde cuando miró su gesto de sorpresa. En cuestión de segundos, una avioneta llena de cocaína, se estrelló contra la ventana y se arrastró por toda su habitación.