Tenemos una cita no declarada, todos los jueves, a las diez de la mañana. A veces ellos se presentan, a veces yo falto, y nuestra relación es tan buena que no tenemos el valor para reprocharnos. Así es la cosa cuando te da pena hablar y confesarles lo que te pasa por la cabeza. El contexto. Mejor abres un libro y los miras de reojo para aprenderte sus rasgos, para descubrir porque se quieren tanto. Mis jueves son muy productivos. He leído más libros este año que mis otros veinticinco. Cometí el atrevimiento de leer las novelas de Dostoievski y algunas de García Márquez. Son unos librotes enormes y bueno, las chavitas del café se me quedan mirando porque creen que soy inteligente por leer libros. Empiezo a entender que la inteligencia viene cargando un libro en la mano y de alguna manera, es llamativo para ellas. ¿Pero a la pareja, qué imagen les daré? A dos mesas de ellos, leyendo, mirándolos de repente… nunca me han cachado. A no ser que la mujer sea muy discreta en su reconocimiento. Puede ser que el poder del hombre sea pretender y el de la mujer esconder. Pensamientos extraños que tiene uno cuando se pone a leer.
Suelen ser muy cariñosos. Él debe tener unos diez o quince años más que ella. Probablemente él leyó mucho y sabe hablar para enamorar a las mujeres. No le he visto con otra, sólo con ella, todos los jueves. ¿Y si ella es la amante, o la segunda esposa? Porque no se parece nada a la foto de la mujer que traigo en la cartera. O la vejez es muy dura, o se pintó el cabello, o cambiaron sus ojos. Pasa que cuando cambian los ojos ya no reconoces a las personas. Debería cerrar el libro de Dostoievski y sólo mirar por la ventana, si, creo que es lo mejor, porque sigo pensando demasiado. Tal vez es hora de acercarme a ellos y confiarles el contexto. Nunca es coincidencia que dos personas se encuentren todos los jueves, tomando café por las mañanas. Lo mío no es coincidencia. Lo supe porque él tiene un blog y puso su nombre completo: “Tribulaciones de Antonio Frías, un viejito de ochenta por la ciudad”. Así se llama. Leyéndolo, y descubriendo su cuidado para la ortografía, su bagaje de palabras, desde ese momento pensé que ese hombre había leído toda su vida.
¿Uno aprende a leer para enamorar a las mujeres? Mi madre me dijo alguna vez–. ¿Te gustaría escribirle una carta de amor a una mujer con faltas de ortografía? –Desde entonces no me lo quito de la cabeza, y aunque soy malo para los acentos, trato de ponerlos. Estos últimos años me he vuelto más quisquilloso todavía. La última vez, descubrí a una mujer escribiendo en su libreta: “Todabia estoy triste y kiero ke me abrazes”, en el camión. Sentí como la despreciaba gradualmente hasta el repudio, y pensaba en voz bajita la pregunta de mi madre. Me sentí culpable con esos pensamientos, pero no podía negarlo, me provocó asco. Y no era fea. Muy raro… cosas que pasan cuando empiezas a leer. Alguna vez leí en el blog de Antonio Frías que sus papás le enseñaron a leer desde los tres años y así se la siguió, hasta la docencia y doctorados, leyendo y leyendo. Es un gran hombre.
Ella le toca la cara, se la acaricia con el dorso. ¿Todavía cogerán? He visto en la tele que a los viejitos les gusta presumir que son muy saludables sexualmente, y luego esta el viagra. Tengo miedo que cuando tenga ochenta años ya no se me pare. Imaginen el pavor que me provoca imaginar mi futura impotencia a los cincuenta. Eso lo leí en otro libro, uno de Marcos Aguinís, donde un hombre se quedaba imponente y le pasaban muchas cosas a raíz de eso. Pero su impotencia era de la cabeza, ¿saben?, de la cabeza… porque con una prostituta el hombre si pudo coger. Resulta que se sentía culpable, por algo del amor de su vida y su esposa, y otra serie de cosas. La culpabilidad es un poder para hombres y mujeres, que se mueve como una bolita que empujan los unos a los otros. De sexo a sexo. Sí, yo creo que cogen. Es mejor pensar en eso por mi bienestar. La mirada de ella es amable, es tierna… es… ¿culpable? No me gusta leer, me pregunto mucho.
Tengo en la cartera una fotografía de Antonio cuando tenía mi edad. Tenía más cabello, barba y una enorme sonrisa. ¿Habrá sido antes o después de…? Um, piden la cuenta y se las traen. Dejan el dinero en la mesa como siempre. No estoy leyendo esta vez, y él me mira, cruzamos la mirada. Me sonríe, como se le sonríe a un extraño. Este jueves me he tardado demasiado, como todos los otros jueves. Le correspondo con un asentimiento. Sí, ya me han mirado antes, ya nos reconocemos un poquito más. Ella igual me mira, y se le borra un poquito la sonrisa amable. Todo se cruza, los caminos se bifurcan, se contraen, se traslapan… odio leer, porque he aprendido muchas cosas… pero se me sigue haciendo tarde, nunca me he animado a levantarme de mi asiento, mostrarle la foto y confesarle que soy su hijo.
Foto: Alice
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.