Si alguna vez han visto alguno de los libros de mi madre de las Estaciones de los Apalaches, verán de dónde adquirí mi amor a los epígrafes. Cada sección del libro empieza con una cita de alguno de sus autores preferidos, y la inclusión de esta cita representa un intercambio de cartas entre el poseedor de los derechos y el pago de una pequeña cuota. Eso es porque la cláusula de “uso justo” en la ley de derechos de autor americana cubre las citas cuando son utilizadas como tal o con el propósito de una reseña; un epígrafe representa un nivel más arriba de apropiación.
Para uno de los libros de mi madre –ahora, ninguno de los dos puede recordar cual– ella quería utilizar cuatro o cinco líneas de su poeta preferida, Mary Oliver. Esto fue hace unos quince o veinte años, antes que Oliver se hiciera tan conocida como lo es ahora. El editor la dirigió al agente de Oliver, y el agente demandó 500 dólares –casi cinco veces de lo que otros autores o herederos pedían, muchos de ellos más prominentes que Oliver–. Mi madre es contundentemente protectora de sus propios derechos como autora y siendo una persona auto-empleada, así que siempre resiente cuando la gente asume que debería compartir su pericia como naturalista por nada. Pero 500 dólares por algunas líneas de poesía le pareció ridículo, y rápidamente buscó otra cosa para reemplazarlas.
No dejaba de pensar que la pérdida era de Oliver. Los poetas no siempre tienen la oportunidad de alcanzar a una audiencia receptiva de lectores no especialistas, es decir, gente que no son nerds de la poesía o estudiantes graduados en Inglés. Por supuesto, no sé si este agente representaba verdaderamente la actitud de la poeta. Hoy en día, este es un punto debatible, no sólo porque el trabajo de Oliver ha ganado una gran presencia, sino porque sus derechos de autor son violados regularmente por cientos, tal vez miles de bloggers haciendo precisamente lo que mi madre no pudo hacer en papel. Para un abogado no valdría la pena el tiempo que tomaría cazar a los culpables y pedirles que eliminen las largas citas y la reproducción de poemas enteros por Oliver que habitan en el internet. Y puedo apostar que esta difusión gratuita, aún siendo ilegal, le ha ganado a la poeta una gran cantidad de regalías en las ventas de sus libros que de otra manera no disfrutaría. (No digo que el Premio Pulitzer y el Premio Nacional de Libro no le hayan ayudado, también. Algo debió atraer la atención de los bloggers en primer lugar.)
Pienso en esto últimamente al reflexionar acerca de mi propia relación con la ley de derechos de autor. Encuentro el concepto de propiedad intelectual un poco turbio, especialmente la manera en que ahora se extiende para cubrir cosas como secuencias genéticas de organismos naturales o ciertas combinaciones de palabras comunes. Por años, he estado satisfecho en licenciar mi trabajo para su reproducción a través de Creative Commons, bajo el modo de licencia Attribución-No Comercial- No Derivadas, lo cual vagamente pensaba, proveería a otros el tipo de libertades que a mí me gustaría tener en cuanto a publicar de nuevo sus propios trabajos.
Pero en el último año y medio, involucrarme con la comunidad de usuarios de WordPress me ha expuesto a varias discusiones de los movimientos open source (fuente libre) y el software gratuito, los cuales guardan una estrecha relación. Siempre he admirado el idealismo de los creadores y los desarrolladores de plugins de WordPress, gente que da sus propios trabajos basados en una fe simple y pragmática, donde el mayor bienestar vendrá de sus esfuerzos colaborativos. Empecé a pensar, ¿no debería la poesía también ser de fuente libre? ¿No la trato así cada vez que publico una traducción o una cita aislada en Via Negativa? ¿Qué sería de mi poema épico Cibola sin los montajes de los epigramas que preceden cada sección? La libertad para tomar y combinar los trabajos creativos de otros parecen vitales, incluso intrínsecos, al proceso creativo. ¿Qué pierde el creador original por esto?
Por supuesto, quiero que me acrediten y no me gustaría que algún bastardo tomara mis trabajos y los clamara como propios, previniendo que otras personas los tomara libremente como lo hizo él. Para algunas personas, lo más generoso es liberar sus trabajos de cualquier protección de derechos de autor. Liberarlos al dominio público, y a lo más, requerir una acreditación. Pero no estoy interesado en la búsqueda de una pureza moral, y pienso que cualquier artista y autor serio que desea buscar la generosidad esta en el negocio equivocado: crear requiere muchísimo ego. Debes creer realmente en el valor de lo que estas haciendo. El reto es dejar ir a tus hijos una vez que ya han madurado, y permitirles vivir su propia vida. Descubrí persuasivo el argumento del proyecto GNU acerca del copyleft. (“Copyleft”, es a lo que Creative Commons se refiere como “Licenciamiento Recíproco”: la estipulación de que cualquiera que distribuya software o trabajos creativos, modificados u originales, debe otorgar la libertad para copiarlos o cambiarlos.)
En el Proyecto GNU normalmente recomendamos a la gente usar licencias de copyleft como la GNU GPL, en vez de otras licencias de software libres pero más permisivas. No discutimos con dureza frente otras licencias no copyleft–realmente, las recomendamos en circunstancias especiales–pero el final de estas licencias parece ser enfrentarse contra la GPL.
En uno de estos argumentos, una persona que use una de las licencias BSD haría un “acto de humildad”:”Yo no pido nada de aquellos que usan mi código, salvo el reconocimiento.” Puede ser demasiado el considerar una demanda legal por un reconocimiento como “humildad”, pero es éste un punto que debería ser considerado en profundidad.
La humildad es la abnegación de tu propio interés personal, pero tú y quienes usen tu código no son los únicos afectados por tu elección del tipo de licencia de software libre que empleas para tu código. Alguien que use tu código en un programa no libre trata de negar libertad a los demás, y si le permites hacerlo, te equivocas al defender su libertad. Cuando llega el momento de defender la libertad de otros, tumbarse y no hacer nada es un acto de debilidad, no humildad.
Hace unos años, una mañana entré al blog de un amigo y descubrí que había tomado texto de mi post más reciente y cambió el órden de las líneas para convertirlo en un poema, con una liga al original. Era una violación clara a la licencia Creative Commons que tenía en aquel entonces. Si hubiera pedido permiso, se lo habría dado, pero no lo había hecho, y me molesté. No se me ocurrió que él quería darme una sorpresa. Cuando lo reté por esto, reaccionó molesto, y sugirió que debí sentirme halagado, que su intención era rendir un homenaje y atraer lectores a un post grandioso. Un par de amigos bloggers se puso de mi parte, si bien recuerdo, y por ello bajó su post no mucho tiempo después. Seguimos siendo amigos, y rara vez hablamos del incidente.
Ahora me pregunto, ¿por qué demonios me molesté tanto? Parece exactamente el tipo de cosas que los artistas y poetas deberían recibir. Amo la noción de los trabajos culturales y libres — de nuevo, derivados del movimiento de open source/software gratuito –. La batalla entre el software propietaro refleja el deseo de Microsoft y otros desarrolladores no sólo de prevenir la copia y la modificación, pero incluso el acceso al código fuente — de ahí “fuente libre”, y de ahí la segunda libertad básica en la definición de Free Cultural Works, “la libertad de estudiar el trabajo y aplicar el conocimiento adquirido de este.” No hay nada precisamente análogo cuando nos referimos al código fuente de la poesía: El creativo proceso es un misterio para todos nosotros. Muchos poetas se hacen una vida tratando de enseñar las herramientas y los gajes del oficio a otros, y eso es excelente– no hay nada en este idealismo de fuente libre que diga que la gente no debería hacer dinero con ello (lo cual el fundador de WordPress.com, Matt Wullenberg, ha insistido en explicar).
Si soy honesto conmigo mismo, debo admitir que cada mañana de lectura concienzuda de varios poemas por otro poeta o poetas influyen directamente en cualquier cosa que me siento a escribir, y no sólo en el sentido vago de alzar mi humor poético. A menudo una imagen específica o un juego de palabras encenderá en llamas, y acercaré una vara para encender así mi propia fogata. Usualmente es demasiado pequeño como para dar crédito al autor, y mi uso cae enteramente de los límites de su propia concepción, pero aún así me siento en deuda. Y la única manera de pagar esa deuda, siento, es escribir el mejor poema que pueda. Claro, a veces el fuego viene de algo que observé, o el sueño de la noche anterior, o de escuchar conversaciones ajenas, pero en todo caso viene de afuera. He hablado con varios otros artistas y poetas, y he leído muchísimas entrevistas, todos ellos tienden a decir algo similar: la inspiración auténtica viene del encuentro con otro (N. del T. ¿La otredad diría Octavio Paz?). Supongo que por ello me parece absurdo el tratar y asegurar la propiedad y el control sobre las ideas. El código fuente de la imaginación esta existencialmente abierto.
¿Entonces, qué significa para mí como autor el liberar mi derecho para hacer dinero de cualquier representación de mis trabajos? Porque dificilmente puedo llamar a mis trabajos libres si no permito a otros hacer combinaciones o traducciones. Inicialmente conservé una estipulación “no comercial” para todos los posts que no estan marcados como “poemas y algo como poemas” en Via Negativa, pero eso parecía muy confuso, y bueno, ¿cuál es la diferencia? Si alguien desea imprimir uno de mis ensayos o historias, siempre y cuando me den crédito e indiquen que lo han modificado, ¿por qué debería importarme? Supongo existe la posibilidad remota de que un músico convierta uno de mis poemas en la letra de una canción, tenga un éxito mundial, y haga millones, pero de nuevo… no veo como eso puede hacerme quedar peor de haber sido de otra manera, sin ese reconocimiento. En la mayoría de los casos, pienso, los editores comerciales con una reputación le pagan al creador original de un trabajo. Nada de esto me impide distribuir mi trabajo si quisiera hacerlo.
No estoy proponiendo que la decisión de liberar mi trabajo deba ser la regla para todos. Muchos escritores y artistas ven las leyes de derechos de autor y su total cumplimiento como un asunto de respeto básico, y muchos saben que los freelancers han sido explotados por los editores bastante tiempo — en parte porque hay muchísima gente deseosa de escribir por nada, sólo por la emoción de ver sus nombres en papel. La revolución bloggera puede cambiar la ecuación un poco, porque ahora todos esos autores wanna-be pueden simplemente iniciar blogs, y encontrar lectores y afirmación de esa manera. Pero me pregunto si ese tipo de gente que ve la publicación como un balsamo para sus inseguridades estará tan desesperada de poner sus nombres en papel si artistas y escritores se volvieran un poco menos divinales, menos inclinados a continuar ejerciendo el control sobre sus creaciones una vez estén sueltas por el mundo. Los esfuerzos colaborativos podrían tomar el escenario. Podríamos ver un crecimiento poético similar al de la China clásica, dónde las líneas se compartían de un lado a otro y los poemas se intercambiaban como cartas, o el periodo Edo en Japón, donde los poemas que ahora conocemos como haiku aislados de hecho fueron escritos como composiciones comunales de secuencias de versos ligados (en teoría, no en hecho). Tomando en cuenta las oportunidades únicas que internet ofrece en la interacción, ¿quién sabe lo que sucedería si el nombre de un autor fuera un poco menos pesado en su página?
Crédito de imagen: Solomon R. Guggenheim Museum, New York Thannhauser Collection, Gift, Justin K. Thannhauser, 1978