Estoy leyendo un libro un poco tedioso. Se llama un Novelista en el museo. Lo escribió Mujica Lainez. Trata de un novelista apasionado por el museo del Prado y como “ve” cosas que van más allá de las figuras estáticas encerradas en las pinturas. Inventa historias con las pinturas, las esculturas y los personajes de aquellas épocas.
Es curioso, por ejemplo, cuando los cuadros de Durero se ven frente a los de Goya.
Son como pequeños cuentos o situaciones que ocurren en el museo durante varias de las visitas del novelista. Mujica Lainez usa uno de esos recursos tramposos: Nunca se refiere así mismo como “El novelista”, lo que puede separar su vida personal (como debe ser) de la ficción que está escribiendo. Es como cuando Paul Auster habla con Paul Auster por teléfono, pero menos ingenioso.
Es como Una noche en el museo (película), pero en aburrido.
Lo que representa un reto, y es realmente más de lo que mi limitada cultura puede, es hacer un tiempo y buscar todas las pinturas de las que habla. Y créanme: Habla de muchas. Hay algunas que si conozco… pero como dos de veinte que menciona.
Esto puede decir mucho de nosotros. ¿Cuántos podríamos hacer un cuento basándonos en varias obras de arte? No hablo de una, o dos. Hablo de quince. Usar quince personajes de museos y hacer una serie ficticia con ellos.
También el vocabulario es un poco rebuscado, por eso hablo de murmujear a los hijos de su pinche madre.