Vine a dar a Veracruz. No estaré mucho tiempo. Ya recorrí una minúscula parte del malecón caminando. Ya tomé café en Los Portales. Conocí las estatuas de los gloriosos héroes patrióticos, los Azueta, cuya existencia antes me era desconocida o nublada por el tiempo. Sepa. El calorcito de Veracruz esta cabrón.

Mi mujer vino a una asignación y aproveché para conocer a mi otra familia. Si ya me casé, pensé, igual convendría poner las cosas en orden. Conocer a los Fest. Saber de que me pierdo. O que me perdí. O en quien me pude convertir. Esas cosas.

Ayer platiqué, comí, y compartí con otra familia que no es la mía. Que pudo ser la mía. Que tal vez será la mía. Pero en el presente, y en el pasado, pues no. Ayer y hoy, todavía pensando las consecuencias del breve encuentro, sentí algo que no puedo definir. La curiosidad me hizo abrir puertas. Es la curiosidad quien abrió la caja de Pandora, no la misma Pandora.

No siempre podemos hacer a los hombres responsables de sus arrebatos, ¿o sí? En las novelas de ficción, no he leído de humano (hombre o mujer), que no sufra las consecuencias de la curiosidad. Asomas las narices y algo pasa. Algo te transforma. Algo se reafirma en ti. Ayer se reafirmaron cimientos y entendí, creo que entendí, porque a mi me gusta creer y suponer, quien soy yo.