Me pregunté si pensará en mí, si sentirá remordimiento por haber engendrado la semilla, si estará cómodo en su casa con sus hijas y su esposa sabiéndome lejos, indiferente, poco interesado en patear la puerta de su casa y decirle “Little Festito is home”, me pregunté si en su destino seré su redención. Hace algunos meses, la última Fest salió del Centro Universitario México y hemos perdido esa cadena que nos unía temporalmente. Esa cadena interesante y de telenovela.
Me pregunté por el aspecto físico de mi padre. Si estará tan gordo como yo, en su larga mesa de caoba, tragando en silencio y pensando en la educación sumamente religiosa que pretende darle a sus hijas. Me pregunté si el habría intentado lo mismo conmigo, y estas ansias de escribir se hubieran apagado ante el prospecto de una ingeniería o una licenciatura en contar numeritos. Me pregunté, si se dará cuenta, mientras le da un bocado a sus sagrados alimentos y deglute gustosamente la comida veracruzana de su mujer, que no le debo nada.
También me pregunté si piensa o intuye que le odio, o que le guardo un rencor infinito, o que si he perdonado sus años de abandono. ¿Habrá pensado ponerme en su testamento? ¿Regalarme sus libros, su coche del ’89, algunos pesos, su Biblia? ¿Sabrá que mi madre, todavía, guarda recuerdos de él como un caballero? Habré heredado eso, me pregunto a veces, esa diplomacia incómoda del que busca la redención y está dispuesto a perder un poco con tal de verse mejor a los ojos de los demás. Quién sabe.
Me pregunté por él, nada más porque esas preguntas pasan de vez en cuando… después de todo, ¿qué haríamos sin preguntas?