Hoy, mientras estaba en mi camioncito con dirección a Tacubaya, se subió una pareja con bebé incluido. Entregaron papelitos a los pasajeros con disposición a tomarlos, y empezaron la misma cantaleta de siempre–. Mi compañero y yo venimos de una casa donde se da servicio a drogadictos. En vez de robar, venimos con ustedes, señores pasajeros, a que nos regalen una moneda que ayudará a mi, a mi compañero y a todos nuestros compañeros que se encuentran en la misma situación –Mientras tanto, leí la copia y decidí darles los dos pesos que me habían regresado como cambio por el transporte. Prefería pagar porque no me dieran un escrito tan cursi y tan malo. Sol miró el papelito, sacó su cartera y me dio una moneda de diez pesos.
–¿Por qué? –le pregunté un tanto sonriente.
Ella se encogió de hombros.
Cuando la pareja pasó, regresé mi copia y entregué los doce pesos.
–¿No se la quiere quedar joven?
–No, no… para nada.
A veces, me pregunto si sacarán esos escritos de algún blog cursi, de esos que abundan entre los adolescentes. De algún joven e inexperto poeta, que permite sacar toda su dolosa pubertad en letras. Otras veces, me pregunto si será el resultado de una señora reprimida que acaba de perder el marido y siente una repentina sensación de libertad. Lo que escribimos, es igual, un reflejo del control que tenemos sobre nuestros sentimientos. Lo que permitimos al mundo que sepa de nosotros. Maestros como Byron, construyeron la personalidad del hombre misterioso y dolido por la vida. Wordsworth, se convirtió en uno de los hombres sabios de nuestro tiempo. Cardenal, siempre que lo leo, me parece un preciso seminarista rebelde.
De vez en cuando, todavía me permito hablar de literatura. Sobre todo en domingos.