Cuando funcionó la primera vez, acordamos hacerlo como una costumbre. Un agradable rito. Era una prueba infalible. Mi amigo Ian, lograba que cualquiera de mis novias fuera infiel. Descubrir la mentira era dulce -al principio-. El sistema era el siguiente: primero, Ian se encontraba con ellas mientras yo me inventaba un viaje de trabajo. Generalmente terminaba en casa de mis padres, y salía con mis primos a algún bar, mientras Ian me mandaba mensajes de cómo transcurría el encuentro y cómo le estaba yendo. Se las encontraba en el súper, en su trabajo, en algún café, algo que fuera común en su rutina o bien, alguna sugerencia mía que hubiera funcionado.
A Vania, por ejemplo, le sugerí que fuera a tomar un café y buscara mi revista en algún quiosco. Tania, en cambio, estaba trabajando como gerente de una tienda departamental en ese momento en particular. Rezeta, la brasileña, trabajaba como mesera en un cafecito del centro. Y Gabriela, bueno, Gabriela siempre tenía la odiosa costumbre de hacer el supermercado las noches de viernes. Una costumbre que jamás pude erradicar por el bien de salir a bailar, cenar algo, ir al cine o cualquier otra idiotez. Invariablemente, con cada una de ellas, Ian se presentaba elegante, alto y bronceado como era. Se le cayó el pañuelo señorita, ¿quiere que le ayude con esas cajas, señorita?, Debe estar ya cansada trabajando a estas horas, señorita. Era de esos hombres que habían encontrado las respuestas a los enigmas, y podían encerrarse durante varias horas en el baño para esculpirse así mismos y convertirse en una obra de arte. Generalmente le hacía burla, porque parecía de portada de novela rosa el cabrón y él sólo se reía.
-No hace daño arreglarse -y se reía, con su voz grave y varonil. Tenía los ojos de un lobo inocente, si es que eso existe. Dependiendo a la chica que se presentara, desarrollaba sus gestos y sus gustos. Aunque la presentación, era siempre la misma-. Hola, me llamo Ian -Sin duda, un hombre versátil y carismático, decían nuestras amigas en común, ¿por qué no puedes ser más cómo él? Preguntaban en burla. Yo solía encogerme de hombros con la pregunta. Finalmente, Ian y yo solíamos acostarnos con las mismas mujeres… las amiguitas incluidas. Acostarse con un hombre como Ian, es algo que toda mujer tiene en su lista de “cosas por hacer”. Sin embargo, acostarse con un hombre como yo, es… algo que cualquier mujer haría con un poco de sentido común, necesidad y tiempo invertido.
Las cosas no podían ser siempre lo mismo.
Una fiesta de año nuevo, y todos sabemos la tombola que pueden ser esas fiestas, Ian y yo nos pusimos bastante borrachos. Él más que yo… tanto que no recuerda nada. Lo llevé a su casa, y llevándolo hombro con hombro, lo metí a su departamento y lo desvestí. Lo miré un rato en la cama, y no sé porque estúpida razón, me puse a pensar que tal vez, su potente herramienta viril, era la causa de que mis mujeres accedieran tan fácilmente a llevárselas a la cama. Claro. Todas mis mujeres tenían vista de rayos equis. Me senté en la silla, observándole por un buen rato, acostadito como un angel bronceado en la cama, y fueron tantos los pensamientos que no decidía que hacer, desde pensar que la tenía chiquita, hasta pensar que era una espada flamígera de justicia. El problema, es que Ián después de acostarse con alguna de mis mujeres, bueno, les descubríamos la verdad… que fue a propósito, y nos burlábamos de ellas. Ninguna me podía dar razón después del porque su infidelidad. Y mucho menos, de cuál era la diferencia primordial entre él y yo, hablando de medición fálica.
Me acerqué y le bajé los pantalones, los calzones y … no les miento, perdón, no puedo mentirles, pero… les aseguro que vi el pene más hermoso que había visto en la vida. Y como se hace con todas las cosas hermosas… me acerqué, y lo besé.
Unos meses después del incidente, del cual Ian sabe nada, seguimos con nuestro acuerdo. Él se acuesta con mis mujeres para comprobar su fidelidad. Él me dice, inocente y tierno-. La que no te engañe, con esa te casas, ¿verdad manito? -Yo le sonrío un poco triste en respuesta y miro a un lado. Comprendí muchas cosas ese año nuevo, vaya que las comprendí. Cada vez que me manda los mensajes, cuando ya está logrando convencer a una de ellas, yo sólo puedo pensar y pensar, sin quitarme ese ruido espantoso de la cabeza…
-Malditas perras.