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Hace dos años vi por primera vez el fatídico “Tunak Tun Tun”. Cuando lo recuerdo, mi rostro serio repentinamente se quiebra en dos de una sonrisa (como loquito), e inmediatamente después me carcajeo. Es como una regresión de hongos alucinógenos.
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Alguna vez recordé el Tunak Tun Tun y me reí, un poquito nomás, durante una junta. La clienta me volteó a ver y dijo–. Sí, está chistoso, ¿verdad? –Respondí afirmativamente, aunque dudo que habláramos de lo mismo.
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Viéndolo de una manera romántica, e hindú…, los dioses elementales bajaron a la tierra y adquirieron forma humana para bailar “el tunak tun tun” y divertirse. Los genios elementales son dioses traviesos que se juegan bromas entre ellos. Bromas que pueden destruir el mundo, romper la tierra, remover los cielos, secar las aguas o incendiar los bosques.
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Los griegos lo intuían: Nos componemos de esos cuatro elementos básicos, que forman (según Luc Besson) al quinto elemento. El hombre (y su máximo sentimiento, el amor, awwwnnnn).
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No lo tomen en serio. Ninguna reflexión seria puede nacer del “Tunak Tun Tun”. Prefiero pensar que el quinto elemento es el vacío.
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Advertencia: La canción es pegajosa.
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