Los niños, son una representación de lo salvaje que somos todos nosotros. Los niños no tienen educación, no tienen memorias, ni experiencia, ni miedos tan elaborados. Los niños, presiento, a veces ven sus alrededores como símbolos de cosas muy básicas. El árbol (sin importar si es olmo, secuoya o pino), representa naturaleza. El perro representa amigo. Los otros niños representan amigos o enemigos. Por eso no me enojo, estoy seguro que voy a poder salir de esta. Si tuviera un machete, sería más sencillo. Debo admitirlo, mis primeros minutos con los chamacos sólo pensaba en hacerlos pedacitos con un machete.

-Sabemos exactamente lo que esta pensando, profesor Oláez.

Hice una breve mueca. La verdad no podía verlos muy bien, porque tenía los lentes empañados de sudor y manchados de sangre. Veinticinco niños contra un sustituto que no tenía otra cosa para ganarse unos pesos que tomar estas horas. Mis manos estaban firmemente atadas con agujetas y maskin’ tape en los respaldos de la silla. Mis piernas se encontraban igual de fijas contra las patas de la silla. Mi espalda incluso, estaba bien amarrada. Mis músculos estaban entumidos. Tal vez, llevaba unos cuarenta minutos o una hora amarrado aquí. Tosí, y escupí uno de los dientes.

-Creo que empezamos con el píe izquierdo niños. Soy un símbolo de enemistad para ustedes porque no me han permitido…

-En el momento que tocó a uno de nosotros, nos tocó a todos -dijo una pequeña voz por ahí. No la reconocí, y no me interesaba hacerlo. ¿Qué podían hacer los chamacos, si no es que tenerme atado?

-Les digo que empezamos con el pie izquierdo.

-¿Con su pie izquierdo? ¡Bueno! -dijo uno de los niños un tanto ansioso. Estaba a un metro, a mi derecha. Escuché como se acercó, y las manchas se movían constantemente frente a mí, como una turba incesante y expectativa. Algo grande iba a suceder.

Fue cuando olí que mi pié izquierdo empezaba a quemarse, y escuché el tronido de las llamas, que entendí que sí me había pasado de lanza.