Eso me dijo La Maga, alguna vez. Que me encontraba en un limbo moral, después de una sana plática que tuvimos como las que no habíamos tenido en mucho tiempo. Un limbo moral. Me pareció de lo más curioso y acertado para definir una vieja situación de hace algún tiempo, algunos años diría, en tiempos confusos. ¿Años? Nah, sólo meses.
Desde hace algunos días, una chavita se me acercó a través del blog y platicamos un poco. Me enteré que tenía una enfermedad crónico degenerativa. Entre las múltiples pláticas que hemos tenido, también decidí darle clases de inglés y ayudarla un poco. No soy un alma caritativa, y la caridad no es mi fuerte, así que procuro ayudarla como mejor puedo, con mi actitud seca y sarcástica, y escondiendo el dolor de saber que intimas con una persona que esta muriendo.
Por fin, hoy fue la última junta de mi último proyecto. Todo salió demasiado bien. Mañana, super casting a bebés recién nacidos. Las cosas están llegando a su fin. A un ritmo normal y apacible. Sólo restan las filmaciones y la documentación, las cuales, bueno, sólo dictan acto de presencia y buenos deseos. ¿Cuánto más se puede hacer?
Ya es hora de tener una vida normal, de un hombre normal, que no viva dependiendo de reflectores y fantasías, de creativos y sus extrañas -retorcidas- jerarquías. Sol ya hizo su sacrificio, viviendo un año en errática soledad y es hora de hacer el mío. ¿A ver cómo nos va? Seguro que bien. El sacrificio y los cambios, traen nuevas cosas, nuevos objetivos, una resurrección en pareja. Una niña dormida me mira a través del monitor, asomándose por un valle enorme y lleno de luz. Ridícula, pienso, eres una ridícula, y carcajeo solo… como loco loco loquito, como no hacía en mucho tiempo, como a veces es requerido, justo y necesario.
(Doceavo día / Trescientos sesenta y cinco).