Esta es la foto de ayer. Me la tomó mi mujer, en algún lugar de la oficina. –No hagas caras –me dijo. Esta fue la segunda, porque en la primera, ¿por qué no, pinche chamaquito? hice cara. Ayer la miré paseándose un rato, tomando fotos de cosas que encontraba. Seguro extraña eso: fotografiar, irse por ahí a tomarle fotitos a pequeñas cosas que rara vez encontramos. Esa es una de las particularidades que amo de ella. Odio esa palabra porque decirla en voz alta es difícil: par-ti-cu-la-ri-da-des. Incluso, a veces tienes que callar antes de decirla y tenerla en la cabeza bien medida para que no te falle.
¿Por qué la niña ríe, en vez de llorar? Es fin de semana oficinal. Mañana otra junta. Venir en domingo, bueno, es agradable porque no hay tráfico y no hay gente. Pero se olvida el domingo, ya no puedes estar tirando mirando televisión o jugando sin importar el tiempo. Los domingos el tiempo se va más rápido. Nos abandona. El cenicero enfrente me mira a los ojos–: Ahhh, es domingo y se consumen tus cigarrillos. Estás esperando una lista que no sabes cuando llegará.
Sin embargo, esta es la fotografía de ayer, hablemos de ayer, de mi mujer que vino y fuimos al cine. Vimos “Ángeles y Demonios”. Yo quería evitarla a toda costa. Sin embargo, no había otra cosa en cartelera. Me asombró la estupidez de la cola que había para Hanna Montana. Supongo, cuando sea padre, que entenderé esa cola larga y difícil. Cuando era niño no iba al cine, no era costumbre en mi familia. Tal vez recuerdo pocas idas al cine, unas tres o cuatro. La que más me gustó, supongo, fue la de He-Man, que me dieron mis lentes 3D para ver como aquel hombre musculoso, heroico, épico, derrotaba a las huestes de Skeletor.
Día diez.