Esta noche me fui pensando en los temores. Recuerdo que pasé varias calles, con la mente pensando en temores, en el espantapájaros, en los dioses traviesos, en los asesinos crueles y los asesinos de los asesinos. Temores más sencillos, como “¿realmente me querrá la muchacha?”, “¿tiene seso la muchacha?”, “¿cuántos años tendrá la muchacha?”… perdón, me clavé con la muchacha, de repente me gustó incluirla en cualquiera de las preguntas. ¿No les pasa? Van pensando algo mientras caminan en la calle con el cigarrito en los labios y los puños en el gabán, y crean una frase. Van pensando en temores y se concreta, especialmente para ti, en “Los peores miedos”. Y luego como pequeños niños jugamos a agregarle un poco a la frase: “Los peores miedos de la muchacha”. Es una idiotez. ¿Por qué la muchacha ríe en vez de llorar? Diez mil puntos a quien atine de que canción es la pregunta.

Recuerdo que llegué a casa, cené… algo, sí. Ahhh, ya recuerdo. Unos tacos de carne. Abrí mi juego, y tomé algunas fotos muy tontas. Olvidé los temores.

Ayer, me acosté en el sillón… me dolía un poco la garganta. Los temores. Me puse a pensar como a nuestra persona más cercana le confesamos las pequeñas oscuridades que nos aquejan. Ella me conoce tanto que da un poco de miedo. Pero tampoco le he visto verdaderamente afectada por mis confesiones más … digamos, brutales. Desde la gran verdadera historia, hasta los gustos hedonistas y las experiencias de un loco que corre, que aprieta el acelerador, con ganas de estrellarse. Eso, indudablemente, me pareció curioso: No tiene miedo. Hay personas que por menos se han espantado, ¿de verdad… ella se espantaría con menos?

Cuando era niño, tenía una mantita para dormir. Como Linus, el de Snoopy. Me encantaba dormir con ella. Se deshilachó con el tiempo, se hizo un simple cuadro de tela, un harapo y … me seguía encantando. Hasta que un buen día, mi abuela la tiró a la basura. Ya no necesité una mantita a partir de ese momento.

Recuerdo que sonreí siniestramente, y le conté a mi mujer que me gustaría una mantita para dormir. Recuerdo sus silencios prolongados, sus letras dispersas, a medida que le contaba mi nueva fantasía con la manta que había perdido en la juventud. “Mi cobijita”, le dije. Estuvo tan bien desarrollado, que en algún momento ella me preguntó–. ¿Es en serio lo que me estás diciendo? –¿Por qué? –le pregunté inocentemente. Empezó un largo discurso acerca de que un hombre tan grandote, con el que ella se sentía protegida, usara una mantita para dormir. Me reí a carcajadas esa noche con mi travesura. Me parecía increíble que después de todas las historias más escabrosas que le había contado a lo largo de nuestros años de relación, la mantita le hubiera afectado de una manera tan reaccionaria. ¿El temor de esta muchachita, es que no la protejan?

Dormí con una manta en el sillón esa noche, mientras pensaba, reía un poco, dejaba que el sueño me tomara, cerraba los ojos.