Hoy, mientras me duchaba, pensaba… huy, qué presumido. Pensar.
Traté de recordar viejos tiempos, como era antes y llegué a la conclusión, que definitivamente la adolescencia me hacía sentir más hombre del que soy actualmente. Negar la hombría, es un problema cuando –bueno–, se supone eres un hombre y más aún cuando deseabas ser uno de los grandes. Un hombre admirable. Sin embargo, perdí esas ganas de admiración, y las canjeé por una ambigüedad deliciosa. Un mercenario vital. Casado, por cierto. Un mercenario casado, no es más que un hombre meramente ambiguo y eso, obviamente, debes sacrificarlo por el bien de una familia y abandonar la individualidad.
Abandonar el individuo, es uno de los procesos más dolorosos que pueden existir. Menos hobbies, menos juegos, más responsabilidades, creación de la riqueza, construcción del futuro, de los cimientos. ¿Cuán poco divertido puede ser eso? Las decisiones que tomé en base a mi estado de “mercenario vital”, se han vuelto un poco menos que ridículas ahora que tengo esa lista de prioridades anotada en algún lado, en lápiz y con una servilleta ¿Y no puede ser divertido? Se supone que sí, todavía no encuentro el hilo del que puedo abusar para hacerlo un viaje entretenido, pero lo encontraré eventualmente. Todavía tengo la idea de que puedo jugar algunas cartas a mi favor.
Vine a mi oficina a recordar viejos tiempos, a entregar las llaves, a abandonar el poco porcentaje de glamour que tenía en mi vida (ya no más modelitos, ni nenas en bikini, ni minifaldas, ni esas cosas), vine a despedirme una vez más, pero tengo el presentimiento que buscaré excusas para regresar y empaparme un poco de esas cosas. ¿Y ahora que abandoné uno de los pilares fundamentales de esta vida, que marcaban mi personalidad y mis decisiones? Es justo sentir un poco de incertidumbre y contemplar las opciones como si tuviera astigmatismo y miopía. El tiempo es el único que puede aclarar las cosas. El tiempo y la voluntad. El hombre ambiguo y casado, que debe encontrar ese hilo para jalar y encontrar un nuevo propósito en su vida.
Estos días, estoy leyendo a Knut Hamsun y su Bendición de la Tierra. Hermoso libro. Un hombre que empieza como un ermitaño, buscando un lugar donde establecerse, empieza a construir su casa en los bosques y a través del trabajo -y el tiempo- construye su riqueza. Un hombre limitado, porque no piensa en más que el trabajo, en expandir, en construir cosas prácticas… limitado y poderoso al mismo tiempo, porque hasta el momento, ha logrado todo lo propuesto. Me he sentido emocionado, leyendo lo que se le ocurre a Isak conforme pasan los años y repentinamente, el hombre se ha hecho viejo, y su historia pasa a segundo plano para dar paso a los demás colonos y sus historias. Lo extrañaré cuando termine.
Es una visión romántica, el de perderse en el bosque y vivir por los propios medios… igual que cualquier otra decisión, para convertirse en un estereotipo en la vida. El hombre casado, el hombre responsable, el ejecutivo, el nerd, el perverso, el dominante, el macho alfa, etcétera, etcétera. Odio los estereotipos, pero funciono con ellos porque así lo hacemos todos. ¿Tantas opciones para elegir? Demasiado tarde para ser un Isak, no es algo práctico en los tiempos modernos. Mejor “hombres enamorados de la vida”, de esos que lo hacen todo para divertirse, un poco más que un mercenario, una evolución pokémona nivel treinta. Quien sabe.