Te conocí cuando sentada en la plaza del parque te ocupabas en parecer algo que no eras. Y te dije mil cosas bonitas al oído y nos hicimos promesas que los dos sabíamos no cumpliríamos, pero nos empeñamos en creer. Te esperare por siempre era mi favorita y tú respondiste que nunca te alejarías de aquí. Eres el mundo que llevo dentro, te repetí hasta el cansancio y solo sonreías mientras decías que estaba loco. Y lo estaba. Quiero morirme antes de tener cincuenta años a menos que algo lo impida, no quiero verme al espejo cuando este viejo. Estaré aquí para impedirlo -dijiste-.

Y caminamos juntos un tiempo, me enseñaste a reír y te enseñe a golpear al mundo. Yo reía y tú pegabas, no era tan duro contigo a mi lado, era más divertido ser parte tuya. Y hubo motivos para seguir caminando, hacia poco tiempo antes de ti que se habían terminado, en esos días eras una divertida razón para seguir respirando, para querer seguir haciéndolo. ¿Se puede ser feliz con nada? yo lo era, ¿Tú lo eras? no se.

Un día estuvimos sentados juntos platicando de nada como solíamos hacerlo y -no se tú- pero yo sentí que era magia.

Pero te fuiste y el mundo volvió a ser gris de nuevo y yo deje de mojarme bajo la lluvia.

Aun había princesas, dragones y calabozos en mis cuentos y príncipes, hadas y brujas en los tuyos, pero la magia ya no servia de mucho cuando me sentaba al lado de ese montón de piedras a platicar con una cruz que hacia mucho tiempo había dejado de ser del color que la pinte.

César Tzu, Ing en Sistemas, desempleado, apenas aprendiendo las elementales reglas de ortografía, cursi a morir cuando se debe, nunca sonríe y usa su blog para escribirle a un cadáver que ya deben ser puros huesos olvidados en un panteón.