Si tuviera oportunidad de elegir un oficio distinto al puñado de oficios inútiles que ya tengo, sería el anonimato. Pero la maldita educación (Capurro dixit) me obligan a poner mi nombre en las cosas que hago, que produzco o que vomito. El nombre se desvirtúa, porque aún cuando tienes la valentía o la educación para decir: “Sí, yo lo hice”, son menos las cosas loables que la porquería.

El anonimato ofrece un nombre global para equivocarse y no sentir las consecuencias. Es la protección de un nombre propio y cuidarlo de manchas. Es como “Alan Smithee”, que ha dirigido una cantidad enorme de películas. Anó Nimo. El anónimo es la conjunción de todas las cosas apestosas, asquerosas, mierda de la humanidad, el bastón donde soportamos toda nuestra lujuria, odio, envidia, deseos, esas cosas que de otra forma no nos atreveríamos a decir.

Anónimo es furia y temor. Es el rencor que le tenemos a las personas que tienen la capacidad de usar su nombre. Es el juego secreto para picar los botones de las personas. Es la valentía de acusar a los injustos y pecadores. El poder de uno es el poder de todos. El poder de todos, llega a las manos de uno.

De vez en cuando, anónimo deja mensajes, pequeñas señales que comunican una verdad que debe ser cuidadosamente espulgada de toda la mierda que el mismo anónimo escupe. Aún cuando el anonimato suele estar en las manos de simios delirantes que no conocen otra cosa más que rascarse las gónadas mientras carcajean, hay uno entre todos que sabe. Algo sabe. Ese anónimo único, guarda las esperanzas de la creación. Anónimo, en ocasiones, sacrificando el nombre verdadero lleva en sus manos la verdad y la gloria.

El anonimato no es un oficio tan malo. Cobarde, tal vez, pero no malo. Se requiere valor para usar el nombre, pero tampoco tanto. Es la verdad, y la búsqueda de la verdad, seas anónimo o no, el mejor juego de todos.