Hoy descubrí, caminando, que Puebla es inmenso y que dos horas caminando, tal vez no resuelvan algo. Salí buscando un Multipack que estaba en un lugar cercano y no tan complicado. El problema es que salí a buscarlo. Acabé en zonas que antes no había visto con atención, y bajo un cielo azul, inclemente y azul.

Recorrí kilómetros de lotes baldíos y amplios sembradíos de maíz. En las banquetas que delimitaban, y rompían esos sembradíos, había saltamontes por doquier y me enseñaron a reconocer el sonido de sus patas, cayendo y saltando sobre las hojas secas. Ahora entiendo el miedo chilango por las hojas secas… se explica tan fácil como decir que son los grillos. Me enamoré de los grillos. También me enamoré de las ratas negras de campo, pequeñas y regordetas, que algunas veces capturaba con mis ojos. Las personas más astutas e inteligentes que yo, andaban en bicicletas. Lo que se supone parecía una avenida transitada, por ambas vías, era para estos ocasionales ciclistas, y algunos conductores de camión. Un camión en específico, de mudanzas, se burló de mí y mi encuentro con la avenida.

Aprendí con esa larga caminata, a no confiar en el nombre de las calles, ni en el camino sencillo. Me pareció curioso como empecé a guiarme por una cruz alta, altísima, perteneciente a un colegio por el cual había ya caminado varias veces. La guía no era suficiente. El problema fue encontrar el camino a esta guía. Caminé, y caminé, y eventualmente, la cruz se perdió en otra altura, con otros edificios. Logré descubrir una línea, un camino que parte una zona de clase alta, con una de clase baja. Curiosamente, la banqueta en ambos era parcialmente inexistente, siendo reemplazado con piedras y caminos mal trazados.

En mi camino me topé con dos colegios Montessori, y una guardería federal. En la misma calle larga. Entré a una tienda, a comprarme una Coca Cola. La niña que atendía no era fea, y me sonrió como algunas mujeres hacen. Su sonrisa me intimidó y evité preguntarle el camino correcto a casa. Hice mi compra y me fui. Quería descubrir los caballos que alertaban algunos señalamientos: “Cuidado, cruce de caballos”. Quería descubrir esas incongruencias, esos contrastes encerrados en mi nuevo hogar, quería seguir caminando, sin audífonos que taparan mis orejas, sin lentes que me protegieran del cielo, sin prestar atención al dolor de las piernas.