Pateo tu cuerpo, la pistola floja en mi mano. Un débil quejido responde a la patada, a la situación en general. Enciendo un cigarrillo. Cuando era niño, jamás me imaginé que tendría una pistola en mis manos y tu cuerpo respondiendo al torturador que durante años escondí a vista de todos. Tantas personas esperaban todo de mí, yo esperaba todo de mí, pero aquí estamos. Escupes sangre. Balbuceas. Nada se te entiende y fumo silenciosamente, mientras tomo en cuenta todos esas ramificaciones de un futuro negado. Un paraíso perdido. Dejas de balbucear y comienzas a murmurar. Todos esperaban todo de mi. Yo esperaba todo de mi. Pongo mi bota sobre tu mano extendida y aplasto. Te quejas sin fuerzas, sin ganas. Ambos compartimos eso. Sin ganas de terminar al muerto, sin ganas de luchar por la vida. No me quito el cigarro de los labios, se consume, cae la ceniza, ceniza caliente que humea tu sangre, sssss como el de una serpiente, nos portamos como animales. Todos esperaban todo de ti.

–No es tan terrible –te digo y respondes–: Aquí podemos estar, otro ratito, haciéndonos pendejos.