Este pequeño cuento lo mandé a Tuiteras Prostitutas. No ganó nada, sin embargo, espero se diviertan y lo disfruten.

No me gusta el método porque no veo de frente la verga del cliente. No la puedo imaginar, no la puedo saborear como en contadas ocasiones o no puedo preparar el escondite para mis caras de asco. En el teléfono, al menos, tengo la oportunidad de escucharlos y aunque parece poco, y lo mismo, los hombres hacen de su voz una extensión de su miembro. La tuercen y la educan, para que esta agregue unos centímetros a algo, que probablemente, ya es pequeño de por sí. Oh cariño, no es que el tamaño importe. Si es pequeño puedo acariciarlo y decirte que parece un osito. En las esquinas, el trato es mucho menos sorpresivo. Una puta tiene que ser una excelente juez de caracter si quiere sobrevivir, tiene que prestar atención al detalle y a los rostros. No quisiera terminar más golpeada de lo que yo me permito.

No tengo muchos clientes a través de este medio tan nuevo y alternativo, sólo preguntas, pequeñas entrevistas a través de mensajes directos: ¿Cuánto me va a costar? ¿Haces bondage? ¿Me puedes maltratar como a un marrano? ¿Más de uno? Advierto primero que sólo respondo una pregunta, porque ya me ha pasado que hacen preguntas indefinidamente y las meras respuestas, LA promesa, provoca que mi trabajo haya sido en vano. Seguro se masturban, con su verga ficticia, una hombría ensombrecida, sólo de leer las respuestas de alguien a quien pueden llamar libremente puta. Y yo tengo que vivir de algo, cariño, no puedo mantener fantasías activas si no mueves los dedos con dinero.

El cliente cumplidor es aquel que después de la primera pregunta, llama al celular y fija un lugar a donde vernos. Después, pasa lo de siempre. No te quisiera encandilar con un relato fogoso, pues, eso lo vendo y si me fuera permitido, te doy mi nombre de twittera y hacemos compra-venta. Sin embargo… “Pasa lo de siempre” con una pequeña variante. No sé que tipo de verga me tocará, porque ni lo opuesto tengo chance de imaginármelo. Es como la catafixia, ¿me entiendes? Como si trajera al niñodonte de ochenta años en el hombro, vestido de diablo y angel, y me dijera: “¿te gustó la sorpresa, mi cuate?” y tengo que explicarle, soy niña… Y le insisto que soy niña.

Uno, cuando ve a la persona de frente o cuando escucha la voz, se imagina la curvatura, el grosor, que tan grande tiene los huevos. Cositas insignificantes, y así cuando me la enseñan, puedo hacer una cara de sorpresa como de mujer puta. Sin embargo, cada vez que me toca un cliente twittero, cariño, hago cara de sopresa de mujer payaso y eso… siento que no le hace bien al negocio. A veces pienso que mis clientes de twitter no van a regresar, aunque hasta la fecha, los pocos que he tenido han regresado una segunda vez. Esa segunda es la que llamo la del honor.

La primera es la de la práctica. Por teléfono y en el auto, uno ve o se imagina lo que se encuentra. Y aún si la voz es una disparidad notable, es un tema de conversación agradable. Porque por voces nos reconocemos igual, es una marca ineludible. Pero twitter, y los 140 caracteres, lo máximo que permiten es una buena ortografía y un excelente uso de palabras. ¿Y qué puede haber de notable en las preguntas de qué tan puta soy, y cuánto cuesto? Tampoco acepto que se pongan muy metafóricos, porque… o me ven como una infatuación, o seguro me violan. Me gustan las preguntas y respuestas cortas y contundentes.

Una que otra vez he tenido curiosidad, y leo las actualizaciones de mis clientes de costumbre. Hablan de sus familias, de sus trabajos, de sus pedas, del alcoholímetro. Cosas que podemos hablar estando juntos si deciden pagar la noche. Cosas de las que hablan mis clientes reales, esos que se presentan con un cuerpo. La primera con estos, siempre esta llena de sorpresas, de no me esperaba esto, de nos vemos distintos en la fotografía, de qué agradable es poner un rostro a las letras. Invariablemente. Incluso, pienso que no tardan en darle el nombre de un fetiche.

La segunda, la del honor, es mejor. Ambos sabemos a que le tiramos. Mis clientes se presentan con más confianza, sin escudos, sin letras que los resguarden de todo mal. Ya no finjo caras de sorpresa. Lo que de verdad importa es: ¿Ahora cómo lo quieres? Y su respuesta, en ocasiones, se vuelve la rutina agradable entre cliente y proveedor. Esa segunda respuesta definirá si soy una proveedora de boca, de manos, de chichis o de culo por la duración del contrato y las veces que decidamos renovarlo. Puedo desplegar con certeza absoluta mis encantos y si fuera pavorreal, bueno, ¿qué les digo? Uno de mis clientes, al que más cariño le tengo, después de venirse a chorros, empezó diciendo-. Nunca pensé que un…

-Cariño -lo interrumpí, y uno de mis dedos cubrió sus labios-. Soy niña… insisto.