No es el primero que me ve como un trofeo. No es el primero de ellos, en particular su nombre y su forma, porque él también ha repetido su vida y sé que El Señor lo tiene en alta estima. En mis años, y años, y años… milenios, eternidades, las veces que he repetido el nacimiento del universo y su muerte, han habido tantos. Al tronar los dedos lo saqué de aquí, con magia antigua y lo mandé a su casa. Los ojos que perdí, me dicen que viejas amistades han ocupado su lugar en este vecindario y que muchos buscan la muerte, y no pueden morir. El viejito Simón, por ejemplo, que todavía no ha venido a visitarme y todavía tiene en la cabeza esa duda, aún cuando diga que no. Viejito necio y pendejo. La necedad, si supieran… cuando no hay de otra más que vivir en la necedad, porque así está diseñado por la autoridad más grande de todas. Sin embargo, no quiero hablarles de eso, quisiera hablarles de un fantasma. Está vestido con un traje de gabardina un poco más grande de su talla, usa tirantes para sostener sus pantalones y tiene un sombrero de fieltro con una pluma en la cabeza. No tiene color de piel, porque es un fantasma, pero puedo adivinarlo. Es un error en la repetición. Es la primera vez que se presenta. Me acompaña durante algunas noches y me platica del mundo, sabiendo de antemano que estoy atada a mi silla y a mi casa. Son parte de mi cuerpo. ¿Por qué no se ha ido el fantasma? Una vez discutí con él, hasta que él empezó a reírse de mí y me ladró de vuelta.

–Yo guacho mejorales el Atlas, mi Jazz, porque yo sí me petatié y rompí los vidrios.

Me dejó callada.

Tenía razón el hombre, el fantasma. Nunca había tratado con los muertos mi trabajo siempre consistió en engañar a los vivos y reírme de los demonios. No conozco a la muerte. Platico con ella, cuando viene a visitarme y me regaña porque si algún cliente despistado toca mi puerta le enseño los trucos de la inmortalidad. Luego nos fumamos los cigarrillos en silencio, sus cuervos aletean inquietos, mis piernas se sienten cada vez más cansadas y en ese silencio, sí, conservamos los secretos que hacen el universo lo que es. Incluso el fantasma deja de bailar pachuco, deja de hablar pachuco, y con los ojos muy abiertos, y la lengua de fuera, nos observa como si fuera la primera vez.