El cuarto librero. La raíz. Ese lugar –según los carpinteros o los diseñadores de muebles– de todos los libreros que suele ser más amplio para las revistas, los directorios telefónicos, los atlas, las enciclopedias. Ese lugar que escapa a la vista inmediata y superficial de las visitas, pero que los hijos alcanzan con más prontitud y arrojo. Mi cuarto librero es uno problemático, porque, tal vez, en él conservo todos los caprichos que no quisiera que un hijo tomara y rayara con sus crayones, lo rompiera con sus manos torpes, lo descubra con sus ojos curiosos e inquietos. Pero lo hará de todas maneras Aún si muevo el contenido de esas hojas a otro lugar, lo hará. La curiosidad es ilimitada e irrefrenable. Ese cuarto librero no contiene ni un sólo libro. Contiene algunas revistas que salvé (que yo leí cuando era niño –Sí, niño–), contiene algunas revistas donde publiqué, contiene mis libretas de bocetos, mis anuarios de preparatoria, algunos de mis comics que logré trasladar, una colección de estampitas, mi cuaderno de trabajo y mis anuarios de preparatoria. El cuarto librero es un espacio de recuerdos, de pequeñas perversiones, de buenos momentos. Un lugar al que manos flojas no alcanzan y manos inquietas accederán con facilidad y descaro. En esta ocasión, no tengo mucho que decir. La mayoría de las fotografías hablan por sí mismas. Enjoy.
Cuando Pepsi era mi refresco, sacaron una promoción de las Pepsi Cards. Seguro algunos las recuerdan. A mi me faltaron tres de las plateadas. También tengo algunas otras tarjetas que no deberían estar ahí, pero por comodidad ahí las guardé.
Revistas para adultos que leí cuando era niño. Fantasía madura. Sangre y cuerpos desnudos. Personajes fuertes, sin temor a insultar a sus enemigos. Personajes que follan en mundos sin reglas. También, está el Gallito. Una de esas pocas revistas mexicanas dedicadas al cómic. ¿Cuándo logrará México una publicación así, sin morir atropellada por la antipatía?
Revistas donde publiqué algunos artículos. Varias de “PH México” y de “VG!”. Un bonito conjunto de artículos entre el erotismo y la tecnología. Uno que otro artículo estuvo tan bueno (en PH), que trataron de localizarme para la competencia. En el momento me negué. Tal vez, no debí. La competencia sigue viva y “PH México”, desapareció. Hicieron un último intento por revivir la revista, nuevo diseño y nuevas cosas más. Me dieron cuello, pero creo que la revista no pasó de un par de números. Ni modo, así es esto.
Los anuarios. Ese pedazo vergonzoso de juventud y los clásicos cuadernos CUM.
Cuando no podías estar pegado al internet para revisar como se jugaba algo o algún truco, existían las guías impresas. Estas me las trajeron de Estados Unidos. La azul de Street Fighter además trae una galería de imágenes. Si dijera cuantas veces las leí, sería vergonzoso.
Los cómics. Otro capricho. Ese de Wolverine contiene dos de mis sagas preferidas: Cuando Wolverine vivía en Singapur con el nombre de Patch y la de Albert. La niña robot que acompaña a Albert, se parece tanto a Layla, la de “House of M”.
Mis viejos apuntes del trabajo. Sólo para recordarme alguno que otro momento. Algunas páginas están escritas en formato diario, hablando de los pormenores, las filmaciones, los pequeños triunfos, esas pendejadas.
Esta colección de revistas japonesas para adultos, la verdad, no sé como se acumuló (algunos de los orígenes pueden estar difusos). La primera sé que la rescaté de mi casa, antes que la tiraran a la basura. La segunda también. El tercero: “Lady’s Comic”, me lo trajo una amiga de Japón. Fue curioso porque le encargué una revista Hentai. Ella le preguntó a uno de sus compañeros de trabajo japoneses donde conseguirla y la llevó al estante de revistas eróticas para mujeres. Cuando me la dio, me advirtió–. Me parece que es un poco femenina –y no me importó. Un coleccionista de rarezas nunca dice que no, a nada. De hecho, me divirtió y mucho. La última, me parece que alguien me la dio en preparatoria. Si debo ser completamente honesto, no sé si me la llevé y jamás la regresé, o me la regalaron. No sé de quien fue. Lo que más puedo recordar, es que alguien la llevó (alguien ajeno a nuestro salón) y que ahí la dejó. Cosa rara.
Y por último, los cuadernos de bocetos:
Cuadernos de hojas blanca, marca Gigante. Muy buenos y económicos. Compré tres y los tres no están llenos, pero según yo eran para diferentes tipos de bocetos. Uno de nenas, otro de dibujos de mis historias, y otro de garabatos. La verdad es que los tres contienen las tres cosas. Siempre llevaba uno en la mochila, desde la preparatoria hasta la segunda universidad. Los sacaba en casa, terminaba algún dibujo y al día siguiente, terminaba metiendo otro. Era complicado enseñarlos, porque alguna que otra nena me decía–: ¡Mira! ¡Dibujas! Qué padre –y luego me arrebataban el cuaderno y miraban lo inevitable, un conjunto entre las golfas del mil chistes y los sueños de un esquizofrénico. Más de una me hizo caras. Y hubo alguna, que me dio un par de fotos para que yo la dibujara. Buenas fotos.
Esa “X” es porque cuando mi madre descubrió mis cuadernos de bocetos, me señaló mis errores en proporciones. Algunas veces me revisaba mis bocetos y me marcaba los errores.
Esta es una copia de un dibujo de Tifa, que anda por la red.
Alguno de mis compañeros de prepa, titulo esta imagen como: “Alma María Rico”. Je.
Cuando estaba aburrido, hacía caricaturas de mis compañeros y mis profesores en la Universidad. Fueron un poco populares. A cada rato me pedían más.
Garabatos:
Cuando escribía “El Viaje de Simón Dor”, muchas veces hacía bocetos en la escuela de algunas escenas entre Simón y el Árbol. Sobre todo esa escena donde Simón cuelga la cuerda para el suicidio, y el árbol roto. Estos son los resultados:
Otros personajes: “El Abuelo” de “La Guerra y La Ilusión” y “Kainth”, del “Poder Gris”.
Eso, fue un vistazo un poco íntimo a mi cuarto librero.