Esta mañana salí a caminar y me compré uno de esos cafés jumbos de nescafé que cuestan diecisiete pesos. En el camino, pensaba en mi deseo por escribir un libro de cuentos. Pensé en algunos títulos y los anoté en el celular. Pensé en algunas frases, en algunos personajes, en algunos… El cuento siempre es una posibilidad, una realidad alterna.
El librero (en su totalidad), contiene algunas de mis piezas de prosa preferidas. Novelas y cuentos que de vez en cuando saco de ahí y escojo una página al azar para releer. Este es el último librero que se encuentra en lo que llamo mi oficina. Estamos en el inicio del final de este viaje de libros que me propuse. Me gusta presumir lo poco que he leído, los pocos libros que tengo. Libros físicos, que no han sido sometidos a la digitalización. No me malinterpreten. También leo mucho en digital. Tengo tres aparatos que me sirven para leer cuando estoy aburrido, o solo. Los libros son como un videojuego para mi. Cada libro tiene su cantidad de vidas, requiere su habilidad. Cada libro leído sube tu barrita de experiencia y ganas atributos después de leer. La relectura es la perfección de la habilidad. Que curiosa, y rara manera de verlo. En fin, no retraso más el viaje… hagamos esto.
Los libros aquí son: “El Jugador” (Dostoievski) –nota: No entiendo porque algunos lo ponen con y griega, o con i latina, al final–, “El conde de Montecristo” (Alejandro Dumas), “El espía que surgió del frío” (John Le Carré), “La tregua” (Mario Benedetti), “El diamante de Jerusalen” (Noah Gordon), “El espía” (James Fenimore Cooper), “Poltergeist – Juegos diabólicos” (James Kahn), “Los hermanos Majeré” (Kevin Stein – Serie Dragonlance), “Fundación” (Isaac Asimov), “Chaingang” (Rex Miller), “Starship Troopers” (Robert A. Heinlein), un diccionario de psicología Larousse, otra edición de “La Divina Comedia”, “Canasta de cuentos mexicanos” (Traven), “Dublineses” (James Joyce), “La muerte de Artemio Cruz” (Carlos Fuentes), “Juárez: Su vida y su obra” (Justo Sierra), “Drawing on the right side of the brain” (Betty Edwards) e “Introducción a la Psicología” (Davidoff).
Este libro me trae recuerdos. Además de que lo leí y me dio miedito, notarán que está forrado con un hermoso (reitero: hermosísimo) papel de fiesta. Nada más ad hoc para un libro donde uno de sus personajes es mordido por una rata gigante e incorpórea en el costado. Hace muchos años, lo tomé del librero de una de mis tías y empecé a leerlo. Era niño. Llené la solapa de chocolate, y algunas de sus páginas con mermelada. Por supuesto, mi tía me lo arrebató y me dio una larga lectura de como debían tratarse los libros. Después procedió a forrarlo, y me lo regresó para que lo terminara de leer, después de unos meses que se le pasó el enojo. Este es uno de los ejemplos, también, que mi tía me dio acerca de las películas y como no pueden atrapar todo lo que está encerrado en un libro.
A partir de mis manchas, pensé si era posible imprimir parte de nosotros en las páginas. ¿Qué información dejamos ahí? ¿Qué guardarán los poros de las hojas? ¿Nuestra edad, nuestros sentimientos, nuestra aura? Sí, absurdo, y fascinante a la vez.
Un libro teórico acerca del dibujo. Enorme y bello. No pude resistir la tentación de llevármelo, cuando en la casa de mis tíos lo encontré abandonado en uno de los rincones. Si no me equivoco, también es de la misma tía. Ella solía forrar su libros con plástico o con papel. He repasado sus páginas, leído algunas líneas, todavía no me he sentado a leerlo. ¿Qué caso tiene aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro? Bueno, si todos ustedes son genios del internet, ya saben que el hemisferio izquierdo es el de la creatividad y el lado derecho, el de la razón. Los grandes artistas, usaban ambos hemisferios porque constantemente estaban haciendo cálculos de perspectivas mientras hacían sus trazos. Es como escribir poesía con una estructura, el poeta siempre está midiendo la cantidad de sílabas y cuidando las rimas, los acentos, la lírica. El arte no sólo es sentimiento, es trabajo, y trabajo, y trabajo. Las vísceras necesarias para no abandonar el trabajo cerebral que se requiere.
Y aquí, uno de mis grandes tesoros… “La Tregua” de Mario Benedetti. Éste libro me lo mandaron de Chile. En ese entonces, no me gustaba Benedetti. Aún le tengo tirria a su poesía. Sin embargo… su prosa, la prosa de ese señor, es de las cosas más honestas que he leído. Gracias a Pato conocí la prosa de Benedetti y curiosamente, este libro nos hizo cómplices en una de las etapas complicadas de mi vida. Libros con historia que marcan el antes y el después. El libro tiene algunas anotaciones que me dejó para irlas descubriendo. Dos personas, en dos distintos lugares de este mundo, una de ellas en el pasado lee, subraya, y anota para el otro. El otro, unos días después, lee el libro y encuentra los mensajes ocultos. La vida también es literatura. Vidas que giran alrededor de libros y palabras. Impulso de creación y complicidad.
Hay otros libros aquí, la fantasía y la ciencia ficción que tanto disfruto. “Starship Troopers”, por ejemplo, es uno de los mejores libros de ciencia ficción que he leído. La saga de los hermanos Majeré esta llena de acción, aventura… dos hermanos gemelos, uno mago y el otro guerrero, uno ambicioso y el otro noble. Está “Fundación” de Isaac Asimov, el cual intenté leer muy joven pero, la verdad, me aburrió y lo cerré. No lo he vuelto a abrir desde entonces, aún cuando leo líneas al azar. “Los dublineses” de James Joyce es educación de cómo escribir cuentos regionales, cuentos que están íntimamente relacionados a un espacio y un tiempo. Libros de espionaje, de historia, de psicología. Alimento para el interés y el descubrimiento. Tal vez en otras cabezas, estos libros no pueden convivir juntos, pero en la mía, están en el preciso lugar donde deben estar, listos para abrir sus páginas para el deleite de ambos. Je, casi como las piernas de una señorita.