Existe una habilidad muy especial y es la de contar cuentos para que la gente pueda dormir. No hablo de los niños, aquellos que algunas veces se contentan con los libros y sus padres haciendo voces, o leyendo con monotonía o cansancio. Hablo de las personas que al poner la cabeza en la almohada, una maraña de pensamientos se le sube al rostro y les sofoca. A veces lloran, a veces dan vueltas, a veces se retuercen en sí mismos y se creen fetos, se abrazan las rodillas, sudan. El cansancio de esos pensamientos los duerme, les abre una puerta a las pesadillas que esperaban no vendrían. Generalmente las pesadillas son las mismas, el arenero lo sabe, sólo re-escribe unos pocos diálogos (a veces, ni eso) y cambia los personajes de sus hombres y mujeres de arena, para molestar el espíritu. Historias de desamor, la angustia por la existencia de dios, los bolsillos vacíos y el pan que está tan duro, que no se puede tragar. Historias de muertos que parecen regresar, pero sólo son el espejismo de un reflejo. El arenero y yo platicamos durante mucho tiempo. En mis pesadillas, siempre me lo encontraba asomado, avisándole a los personajes el diálogo y moviendo los hilos para que yo siguiera el teatro de marionetas. El arenero se reía mucho conmigo, pero… ¿cómo saberlo? A la mejor se reía igual con todos. Risas simultáneas en todas las cabezas del mundo. A veces podía soltarme y entonces platicábamos, primero como conocidos y ya después como amigos. Hablamos de lo que habla la gente. Hice un pacto con el arenero, le prometí que si me permitía aprender a contar cuentos para que la gente pudiera dormir, él podía utilizarme para sus pesadillas todas las noches. Él me estrechó la mano y dijo:
–Hecho.
No sé porque hice el trato, pero poco a poco aprendí. Primero le contaba cuentos a mi hermano, después a mi compañero de cuarto, a mis amantes, a mis amigos y a mi esposa.
–Empieza sencillo –me dijo el arenero en aquel entonces.
El cuento empieza con un personaje poco común: Una piedra, una rana, una nube, un gato, una rata, el señor de la tienda. Un personaje sin nombre. Mis pesadillas entonces involucraban cucarachas, arañas, las mil y un formas de morir, el espejismo de mi abuela muerta, el abandono de todos mis amores. Pero fui necio, y seguí intentándolo. Esta era una rana que brincaba de un lado a otro y trataba de alcanzar el sol, pero la rana no se daba cuenta que el cielo estaba muy pinche alto. Mi hermano, mi amante, mi amigo, mi compañero, mi esposa se reían de la rana necia. Una araña me asfixiaba el cuello. Era un cuento de dos vías: El arenero también se estaba riendo. Entonces llegó un gato y le preguntó a la rana qué estás haciendo. Aquí nomás de necio monín, no pasa nada. Si tu brincas, dijo el gato, entonces yo haré un agujero. Alzo las manos para rascar una tierra que está en el aire. Las risas se extienden, la pesadilla será larga y duradera, pero hice un trato. El gato hizo un agujero hasta que salió justo donde la rana estaba cayendo y ambos se dieron un buen putazo. ¿Sabes gato?, dijo la rana, Eres un idiota. Tal vez eso soy, respondió el gato, sin embargo, prometo que cuidaré tus sueños. Mientras que uno ríe olvidando y disfruto con ello la satisfacción de mi trabajo, el otro ríe prometiendo cuanto me hará sufrir.