Un cuento a 35 twits. Este cuento lo escribí hace dos noches, a través de mi twitter. Esta numerado como una lista para ese efecto e incluyo una liga en la primera palabra que los lleva al tuit correspondiente. Perdí varios seguidores esa noche, pero me sentí bien.
- Esta noche quisiera contarles algo breve. Me asomé por la ventana y un hombre estaba comiendo la tierra de mi jardín.
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Vestía de traje y sólo pude mirarlo de espaldas. En el momento que lo vi por la ventana, tenía un café en la mano y un cigarrillo a medias.
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Lo observé por la ventana, el hombre estaba arrodillado y escarbaba con sus manos la tierra. No volteaba. Simplemente comía.
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Cuando se me pasó la sorpresa, todavía no sabía que hacer. Dejé el café, abrí la ventana, y le grité-. ¡Oiga! -El hombre no volteó.
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En ese momento pasó un hombre de vigilancia y le hice una señal con la mano, el vigilante se acercó-. ¿Sabe? Se están comiendo mi jardín.
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El vigilante miró al hombre que nos daba la espalda, se encogió de hombros y me susurró-. Déjelo joven. Ya se le pasará.
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El vigilante se fue, parpadeé varias veces y prendí otro cigarrillo. ¿Ya se le pasará? ¿Se le llenará la panza… o qué?
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Hice, lo que supongo, muchos no querrían hacer en la misma circunstancia. Salí de mi casa y traté de confrontar al hombre de traje.
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Sus pantalones y sus manos, sus mangas de camisa y saco, sus pies desnudos, ya estaban manchados de tierra. Y no volteaba a verme.
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Siempre me daba la espalda.
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Podía escuchar como los dientes del hombre trituraban tierra y piedras, y confundido con ese sonido, habían sollozos ligeros.
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No soy de las personas que preguntan: “¿Qué te pasa?”, en vez de ello, busqué mi cajetilla de cigarros y le ofrecí uno. El hombre me ignoró.
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De la impresión inicial, que había sido una sorpresa desagradable, se convirtió en lástima. El hombre seguía tragando tierra.
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Cuando el vigilante pasó de nuevo, en su bicicleta, me descubrió sentado a un lado del hombre. Tal vez, sí, debí tener un bat conmigo.
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–Te sientes perro, quieres que te saque de aquí a patadas, seguro eso te pasa -le dije. El hombre se tomó una pausa-. Blargh, blargh -dijo.
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-¿Quieres pasar a bañarte, a lavar tu ropa, algo qué puedas comer de verdad? -Traté de mirarle la cara, pero se giró una vez más. -Blargh.
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Al día siguiente el hombre seguía comiendo tierra.
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Mi mujer preguntó por él, -Un idiota -respondí-. Llamaré a alguien -me jaló el brazo y dijo con firmeza-. Ya se le pasará, de verdad.
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¿Se le pasará qué? ¿La enfermedad? ¿El gusto por la tierra? ¿Se le caerán los dientes? ¿Se irá corriendo con la lluvia?
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Unas horas después, ese día, descubrí que ya había hecho un gran agujero en el jardín. “Mientras no sepa cuando cague”, pensé…
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Salí, otra vez, aunque sabía que era inútil. -¿Estás buscando algo en la tierra o es un hambre insaciable? -pregunté. ¿Qué no son lo mismo?
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Tomé un puñado de tierra y me la acerqué a las narices. Olía… pues, a tierra.
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Tomé un pedazo de tierra y lo puse en mi lengua. Sabía a tierra.
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No había nada especial en la tierra que estaba comiéndose el hombre. Pero ahí estaba, ahí seguía. Hambres y espasmos continuos.
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Esa tarde, pensé que no era el sabor, sino que estaba buscando algo el hombre. Cavé un agujero con él en la tierra.
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El vigilante pasó esa tarde, tal vez por curiosidad.
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El vigilante, enseñando una sonrisa de dientes negros, dijo-. Huy joven, no se le ha pasado, y ya lo contagió a usted.
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-¡Necesito encontrar lo que está buscando, ya para que se vaya! -le grité al vigilante, mientras él se iba en su bicicleta y alzaba la mano.
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Mi mujer regresó en la noche y me acarició la cabeza-. Pronto se te pasará -me dijo, con tono condescendiente. -Estoy ayudando al hombre…
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–Estoy ayudando al hombre porque quiero que se vaya -pero mi mujer ya había entrado en la casa.
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Me quité los zapatos, y no me importó que la cajetilla de cigarros se perdiera en el agujero. Seguí cavando. El hombre me acompañaba.
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–Blargh menos, noblargh, estamos locos. ¿Verdad? -Me di cuenta que la tierra se me había metido en las narices, y por las uñas.
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Los ojos miraban café de tierra, mi paladar y mi lengua sabían a tierra, mis dedos estaban llenos de tierra, mis barbas de tierra.
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En algún momento, el hombre se levantó, se limpió los pantalones. Yo no pude levantarme, tenía que seguir buscando.
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El hombre me acarició el pelo-. Ya se te pasará -me dijo-. Y se fue -Me llevé mi primer puñado de tierra a la boca, y me supo bien.